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Te invito a participar de la siguiente manera:
1. Escoge un cuento, poema, o ensayo de la lista de autores que aparece en la columna del lado derecho del blog. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
2. Después de leer el material elegido, crea una historia usando las ocho palabras que el grupo ¿Y... qué me cuentas? escogió en clase, o escoge otras ocho palabras de la lectura que quieras practicar. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
3. Sube tu historia usando el enlace de comentarios ("comments"). Lo encontrarás al final de cada lectura.
No temas cometer errores en tu historia. Yo estoy aquí para ayudarte. Tan pronto subas tu historia, yo te mandaré mis comentarios.
¿Estás listo? ¡ Adelante!

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Y…¿qué me cuentas?

Este video muestra el momento en el que los estudiantes de

Y…¿qué me cuentas?

crean una historia usando ocho palabras extraídas de un cuento previamente leído en clase.

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Tuesday, January 31, 2012

Friday, January 27, 2012

Ejercicio de lectura y escritura de los cuentos "La droga" de Luisa Valenzuela, y "El recado" de Elena Poniatowska

Hola Ramón,

Ayer leímos los dos cuentos, “La droga” de Luisa Valenzuela y “El recado” de Elena Poniatowska. Escogimos las 8 palabras de ambos cuentos.

(Para leer el cuento "La droga", haga clic aquí, y para leer el cuento "El recado" haga clic aquí.)




Las 8 palabras:

1. La olla – the pot, kettle
2. Borronear – to scribble
3. La gimnasia – gymnastics (o el gimnasio – the gym)
4. La granada – the pomegranate
5. El remolino – the crowd, whirlpool
6. El rinconcito – the little nook (corner)
7. Deshacerme – to rid myself of, get rid of
8. Adictiva – addictive

Nuestro cuento:

Fui al gimnasio para hacer los ejercicios para deshacerme de peso. Después me senté en un rinconcito y tomé un vaso de zumo de granada dejando el resto en la olla. El jugo de granada es adictivo. Mientras estaba en mi rinconcito, vi un remolino de mujeres hablando y riendo, y borroneando notas entre sí. 



Respuesta de Ramón:


Muchas gracias clase de Y qué me cuentas! por hacer el ejercicio de las 8 palabras. Los felicito. Al parecer pudieron  comprender los significados de las palabras adecuadamente para poder construir su historia.
Ahora quedo en espera de que tanto ustedes, como cualquier persona que lea el blog, me manden sus ejercicios individuales.


Saludos.
Ramón.



Wednesday, January 25, 2012

"El recado" por Elena Poniatowska


EL RECADO
Elena Poniatowska
Para leer el ejercicio de este cuento, haga clic aquí
Para escuchar el cuento leído por la autora, haga click aquí.

Vine Martín, y no estás. Me he sentado en el peldaño de tu casa, recargada en tu puerta y pienso que en algún lugar de la ciudad, por una onda que cruza el aire, debes intuir que aquí estoy. Es este tu pedacito de jardín; tu mimosa se inclina hacia afuera y los niños al pasar le arranzan las ramas más accesibles... En la tierra, sembradas alrededor del muro, muy rectilíneas y serias veo unas flores que tienen hojas como espadas. Son azul marino, parecen soldados. Son muy graves, muy honestas. Tú también eres un soldado. Marchas por la vida, uno, dos, uno, dos... Todo tu jardín es sólido, es como tú, tiene una reciedumbre que inspira confianza.
    Aquí estoy contra el muro de tu casa, así como estoy a veces contra el muro de tu espalda. El sol da también contra el vidrio de tus ventanas y poco a poco se debilita porque ya es tarde. El cielo enrojecido ha calentado tu madreselva y su olor se vuelve aún más penetrante. Es el atardecer. El día va a decaer. Tu vecina pasa. No sé si me habrá visto. Va a regar su pedazo de jardín. Recuerdo que ella te trae una sopa cuando estás enfermo y que su hija te pone inyecciones... Pienso en ti muy despacio, como si te dibujara dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente.
    Estoy inclinada ante una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre: Donceles y Cinco de Febrero o Venustiano Carranza, en alguna de esas banquetas grises y monocordes rotas sólo por el remolino de gente que va a tomar el camión, has de saber dentro de tí que te espero. Vine nada más a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo escribir porque ya se fue el sol y no sé bien a bien lo que te pongo. Afuera pasan más niños, corriendo. Y una señora con una olla advierte irritada: "No me sacudas la mano porque voy a tirar la leche..." Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor.
    Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí... Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos --oh mi amor-- tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.
    Ha caído la noche y ya casi no veo lo que estoy borroneando en la hoja rayada. Ya no percibo las letras. Allí donde no le entiendas en los espacios blancos, en los huecos, pon: "Te quiero..." No sé si voy a echar esta hoja debajo de la puerta, no sé. Me has dado un tal respeto de ti mismo... Quizá ahora que me vaya, sólo pase a pedirle a la vecina que te dé el recado: que te diga que vine.

Tuesday, January 24, 2012

"La droga" de Luisa Valenzuela

La droga
Luisa Valenzuela.
Para leer los ejercicios relacionados con este cuento, haga clic aquíaquí.

Estoy en el puerto donde llega la droga y tengo que volver con un poquito. Me voy acercando lentamente al mar ¿qué mar? parecería el Caribe por su quietud de plomo derretido, y justo al borde del la playa están tendidas las esteras para que se arme allí el gran mercado. Sólo que hoy casi no han entrado barcos, y un único mercader con aire bastante oriental parece estar esperándome. Me siento frente a él sobre su estera, en posición de loto, y me va mostrando las sedas que saca de una valija (yo tengo la mía). Elijo por fin un pañuelo color borravino y el mercader me dice, por que justo en ese momento pasa a nuestro lado un guardia. Es un proceso colombiano, pero me hace seña de cinco con la mano. Entiendo que es por la droga que ha escondido en el pañuelo. Yo hurgo en la bolsita que llevo colgada en el cuello y saco monedas de variaos países. Por fin encuentro cinco pesos colombianos, le pago, él me hace un paquete con el pañuelo y yo lo meto dentro de mi maleta.
Me dirijo hacia la salida del mercado: hay una muralla de alambre tejido, y las tranqueras están cerradas. Mucha gente hace cola para pasar la aduana y espera pacientemente. Yo me asusto pienso que el paquete con el pañuelo comprado allí mismo es demasiado delator. Además ¿de donde vengo yo? no he vuelto de ningún viaje como para justificar mi valija. Opto por buscar el baño para tratar de deshacerme de la droga o al menos esconderla mejor. Solo encuentro baños para el personal de aduana pregunto donde está el baño para viajeros, me contestan vagamente, nadie sabe muy bien. Sigo arrastrando mi valija y me siento muy sospechosa. Y, aun que pienso que la busca es bastante inútil, sigo buscando la puerta del baño. No quisiera deshacerme de la droga, pero sé que me la van a encontrar si no tomo alguna medida, además siempre me cruzo con guardias armados. Subo escaleras, recorro pasillos sucios, como de hospital y de golpe me cruzo con una columna humana que avanza siguiendo a un instructor de gimnasia. Un, dos, un dos. Y me siento un poco ridícula buscando un baño con mi valija a cuestas. De golpe me doy cuenta de que la columna está formada por los viajeros que hacia cola frente a la aduana. Pongo cara de urgencia y sigo buscando en sentido contrario. Más escaleras, ningún baño, más corredores y de nuevo me cruzo con el instructor de gimnasia y su cola, y ellos se ríen de mí y todo sería muy cómico (yo, mi valija, la gimnasia) si no fuera por mi temor que me descubran la droga. La tercera vez que me encuentro con ellos ya nos los cruzo, vamos en el mismo sentido, los precedo y el instructor me dice cosas entre amables y obscenas y me da un puntapié amistoso sobre el hombro mientras bajamos por unas escaleras. Es como un espaldarazo para que yo dirija la columna humana, la de los viajeros que marchan, y yo que llevo la droga en mi valija no sé si debo negarme a hacerlo o si es mi deber, mi premio o mi condena. 

Monday, January 23, 2012

Más información respecto a Que/Qué

Saludos a todos!

Permítanme compartir con ustedes un mensaje que me hizo llegar Ron Garza, uno de los estudiantes de ¡Y qué me cuentas! a mi correo privado. Creo que explica muy bien el uso de Que/Qué.
Gracias Ron por tu aportación
Su mensaje en inglés dice los siguiente:

Ramón,
Thanks. The tilde in questions and exclamations (Que/Qué) is pretty clear.
Let me see if I've got it. (please correct me if I'm wrong)

(Most of these examples are from SpanishDict.com)

In questions, qué is used as
what (adj), which (adj), what (pronoun), how (adv), why (adv)
1. ¿qué hora es?, what time is it?
2. ¿qué coche prefieres?, which car do you prefer?
3. ¿qué te dijo?, what did s/he tell you?
4. ¿qué tanto?, how much?
5. ¿por qué?, why?

In exclamations, qué is used as how / what

1. ¡qué horror!, how awful!
2. ¡qué casa tan bonita!, what a beautiful house!

The problem occurs when qué or que is used in a sentence that is not a question or an exclamation.
In those cases,

qué is used as what (pronoun)
For example: no sé qué hacer, I don't know what to do.

que is used as
who/whom, that, which, than
1. la mujer que me saludó, the woman who greeted me
2. la moto que me gusta, the scooter that I like
3. la playa a la que fui, the beach to which I went
4. es más rápido que tú, s/he is faster than you
-------------------------------------------------------------------------------------------
Hacía mucho tiempo que no iba, it had been a long time that (since) s/he had not gone.
Te dije que no, I told you (that) no.

Más información respecto a Que/Qué

Saludos a todos!

Permítanme compartir con ustedes un mensaje que me hizo llegar Ron Garza, uno de los estudiantes de 
¡Y qué me cuentas! a mi correo privado. Creo que explica muy bien el uso de Que/Qué.
Gracias Ron por tu aportación
Su mensaje en inglés dice los siguiente:

Ramón,
Thanks. The tilde in questions and exclamations (Que/Qué) is pretty clear.
Let me see if I've got it. (please correct me if I'm wrong)

(Most of these examples are from SpanishDict.com)

In questions, qué is used as
what (adj), which (adj), what (pronoun), how (adv), why (adv)
1. ¿qué hora es?, what time is it?
2. ¿qué coche prefieres?, which car do you prefer?
3. ¿qué te dijo?, what did s/he tell you?
4. ¿qué tanto?, how much?
5. ¿por qué?, why?

In exclamations, qué is used as how / what

1. ¡qué horror!, how awful!
2. ¡qué casa tan bonita!, what a beautiful house!

The problem occurs when qué or que is used in a sentence that is not a question or an exclamation.
In those cases,

qué is used as what (pronoun)
For example: no sé qué hacer, I don't know what to do.

que is used as
who/whom, that, which, than
1. la mujer que me saludó, the woman who greeted me
2. la moto que me gusta, the scooter that I like
3. la playa a la que fui, the beach to which I went
4. es más rápido que tú, s/he is faster than you
-------------------------------------------------------------------------------------------
Hacía mucho tiempo que no iba, it had been a long time that (since) s/he had not gone.
Te dije que no, I told you (that) no.

Thursday, January 19, 2012

Cognado "abandonar"

Today's Spanish-English Cognate-abandonar

Wednesday, January 18, 2012

La indiferencia de Eva, por Soledad Puértolas

La indiferencia de Eva

Soledad Puértolas

Eva no era una mujer guapa. Nunca me llegó a gustar, pero en aquel primer momento, mientras atravesaba el umbral de la puerta de mi despacho y se dirigía hacia mí, me horrorizó. Cabello corto y mal cortado, rostro exageradamente pálido, inexpresivo, figura nada esbelta y, lo peor de todo para un hombre para quien las formas lo son todo: pésimo gusto en la ropa. Por si fuera poco, no fue capaz de percibir mi desaprobación. No hizo nada por ganarme. Se sentó al otro lado de la mesa sin dirigirme siquiera una leve sonrisa, sacó unas gafas del bolsillo de su chaqueta y me miró a través de los cristales con una expresión de miopía mucho mayor que antes de ponérselas.

Dos días antes, me había hablado por teléfono. En tono firme y a una respetable velocidad me había puesto al tanto de sus intenciones: pretendía llevarme a la radio, donde dirigía un programa cultural de, al parecer, gran audiencia. Me aturden las personas muy activas y, si son mujeres, me irritan. Si son atractivas, me gustan.

–¿Bien? –pregunté yo, más agresivo que impaciente.

Eva no se alteró. Suspiró profundamente, como invadida de un profundo desánimo. Dejó lentamente sobre la mesa un cuaderno de notas y me dirigió otra mirada con gran esfuerzo. Tal vez sus gafas no estaban graduadas adecuadamente y no me veía bien. Al fin, habló, pero su voz, tan terminante en el teléfono, se abría ahora paso tan arduamente como su mirada, rodeada de puntos suspensivos. No parecía saber con certeza por qué se encontraba allí ni lo que iba a preguntarme.

–Si a usted le parece –dijo al fin, después de una incoherente introducción que nos desorientó a los dos–, puede usted empezar a explicarme cómo surgió la idea de... –no pudo terminar la frase.

Me miró para que yo lo hiciera, sin ningún matiz de súplica en sus ojos. Esperaba, sencillamente, que yo le resolviera la papeleta.

Me sentía tan ajeno y desinteresado como ella, pero hablé. Ella, que miraba de vez en cuando su cuaderno abierto, no tomó ninguna nota. Para terminar con aquella situación, propuse que realizáramos juntos un recorrido por la exposición, idea que, según me pareció apreciar, acogió con cierto alivio. Los visitantes de aquella mañana eran, en su mayor parte, extranjeros, hecho que comenté a Eva. Ella ni siquiera se tomó la molestia de asentir. Casi me pareció que mi observación le había incomodado. Lo miraba todo sin verlo. Posaba levemente su mirada sobre las vitrinas, los mapas colgados en la pared, algunos cuadros ilustrativos que yo había conseguido de importantes museos y alguna colección particular.

Por primera vez desde la inauguración, la exposición me gustó. Me sentí orgulloso de mi labor y la consideré útil. Mi voz fue adquiriendo un tono de entusiasmo creciente. Y conforme su indiferencia se consolidaba, más crecía mi entusiasmo. Se había establecido una lucha. Me sentía superior a ella y deseaba abrumarla con profusas explicaciones. Estaba decidido a que perdiese su precioso tiempo. El tiempo es siempre precioso para los periodistas. En realidad, así fue. La mañana había concluido y la hora prevista para la entrevista se había pasado. Lo advertí, satisfecho, pero Eva no se inmutó. Nunca se había inmutado. Con sus gafas de miope, a través de las cuales no debía de haberse filtrado ni una mínima parte de la información allí expuesta, me dijo, condescendiente y remota:

–Hoy ya no podremos realizar la entrevista. Será mejor que la dejemos para mañana. ¿Podría usted venir a la radio a la una?

En su tono de voz no se traslucía ningún rencor. Si acaso había algún desánimo, era el mismo con el que se había presentado, casi dos horas antes, en mi despacho. Su bloc de notas, abierto en sus manos, seguía en blanco. Las únicas y escasas preguntas que me había formulado no tenían respuesta. Preguntas que son al mismo tiempo una respuesta, que no esperan del interlocutor más que un desganado asentimiento.

Y, por supuesto, ni una palabra sobre mi faceta de novelista. Acaso ella, una periodista tan eficiente, lo ignoraba. Tal vez, incluso, pensaba que se trataba de una coincidencia. Mi nombre no es muy original y bien pudiera suceder que a ella no se le hubiese ocurrido relacionar mi persona con la del escritor que había publicado dos novelas de relativo éxito.

Cuando Eva desapareció, experimenté cierto alivio. En seguida fui víctima de un ataque de mal humor. Me había propuesto que ella perdiese su tiempo, pero era yo quien lo había perdido. Todavía conservaba parte del orgullo que me había invadido al contemplar de nuevo mi labor, pero ya lo sentía como un orgullo estéril, sin trascendencia. La exposición se desmontaría y mi pequeña gloria se esfumaría. Consideré la posibilidad de no acudir a la radio al día siguiente, pero, desgraciadamente, me cuesta evadir un compromiso.

Incluso llegué con puntualidad. Recorrí los pasillos laberínticos del edificio, pregunté varias veces por Eva y, al fin, di con ella. Por primera vez, sonrió. Su sonrisa no se dirigía a mí, sino a sí misma. No estaba contenta de verme, sino de verme allí. Se levantó de un salto, me tendió una mano que yo no recordaba haber estrechado nunca y me presentó a dos compañeros que me acogieron con la mayor cordialidad, como si Eva les hubiera hablado mucho de mí. Uno de ellos, cuando Eva se dispuso a llevarme a la sala de grabación, me golpeó la espalda y pronunció una frase de ánimo. Yo no me había quejado, pero todo iba a salir bien. Tal vez había en mi rostro señales de estupefacción y desconcierto. Seguí a Eva por un estrecho pasillo en el que nos cruzamos con gentes apresuradas y simpáticas, a las que Eva dedicó frases ingeniosas, y nos introdujimos al fin en la cabina. En la habitación de al lado, que veíamos a través de un

panel de cristal, cuatro técnicos, con los auriculares ajustados a la cabeza, estaban concentrados en su tarea. Al fin, todos nos miraron y uno de ellos habló a Eva. Había que probar la voz. Eva, ignorándome, hizo las pruebas y, también ignorándome, hizo que yo las hiciera. Desde el otro lado del panel, los técnicos asintieron. Me sentí tremendamente solo con Eva. Ignoraba cómo se las iba a arreglar.

Repentinamente, empezó a hablar. Su voz sonó fuerte, segura, llena de matices. Invadió la cabina y, lo más sorprendente de todo: hablando de mí. Mencionó la exposición, pero en seguida añadió que era mi labor lo que ella deseaba destacar, aquel trabajo difícil, lento, apasionado. Un trabajo, dijo, que se correspondía con la forma en que yo construía mis novelas. Pues eso era yo, ante todo, un novelista excepcional. Fue tan calurosa, se mostró tan entendida, tan sensible, que mi voz, cuando ella formuló su primera pregunta, había quedado sepultada y me costó trabajo sacarla de su abismo. Había tenido la absurda esperanza, la seguridad, de que ella seguiría hablando, con su maravillosa voz y sus maravillosas ideas. Torpemente, me expresé y hablé de las dificultades con que me había encontrado al realizar la exposición, las dificultades de escribir una buena novela, las dificultades de compaginar un trabajo con otro. Las dificultades,

en fin, de todo. Me encontré lamentándome de mi vida entera, como si hubiera errado en mi camino y ya fuera tarde para todo y, sin embargo, necesitara pregonarlo. Mientras Eva, feliz, pletórica, me ensalzaba y convertía en un héroe. Abominable. No su tarea, sino mi papel. ¿Cómo se las había arreglado para que yo jugara su juego con tanta precisión? A través de su voz, mis dudas se magnificaban y yo era mucho menos aún de lo que era. Mediocre y quejumbroso. Pero la admiré. Había conocido a otros profesionales de la radio; ninguno como Eva. Hay casos en los que una persona nace con un destino determinado. Eva era uno de esos casos. La envidié. Si yo había nacido para algo, y algunas veces lo creía así, nunca con aquella certeza, esa entrega. Al fin, ella se despidió de sus oyentes, se despidió de mí, hizo una señal de agradecimiento a sus compañeros del otro lado del cristal y salimos fuera.

En aquella ocasión no nos cruzamos con nadie. Eva avanzaba delante de mí, como si me hubiera olvidado, y volvimos a su oficina. Los compañeros que antes me habían obsequiado con frases alentadoras se interesaron por el resultado de la entrevista. Eva no se explayó. Yo me encogí de hombros, poseído por mi papel de escritor insatisfecho. Me miraron desconcertados mientras ignoraban a Eva, que se había sentado detrás de su mesa y, con las gafas puestas y un bolígrafo en la mano, revolvía papeles. Inicié un gesto de despedida, aunque esperaba que me sugirieran una visita al bar como habitualmente sucede después de una entrevista. Yo necesitaba esa copa. Pero nadie me la ofreció, de forma que me despedí tratando de ocultar mi malestar.

Era un día magnífico. La primavera estaba próxima. Pensé que los almendros ya habrían florecido y sentí la nostalgia de un viaje. Avanzar por una carretera respirando aire puro, olvidar el legado del pasado que tan pacientemente yo había reunido y, al fin, permanecía demasiado remoto, dejar de preguntarme si yo ya había escrito cuanto tenía que escribir y si llegaría a escribir algo más. Y, sobre todo, mandar a paseo a Eva. La odiaba. El interés y ardor que mostraba no eran ciertos. Y ni siquiera tenía la seguridad de que fuese perfectamente estúpida o insensible. Era distinta a mí.

Crucé dos calles y recorrí dos manzanas hasta llegar a mi coche. Vi un bar a mi izquierda y decidí tomar la copa que no me habían ofrecido. El alcohol hace milagros en ocasiones así. Repentinamente, el mundo dio la vuelta. Yo era el único capaz de comprenderlo y de mostrarlo nuevamente a los ojos de los otros. Yo tenía las claves que los demás ignoraban. Habitualmente, eran una carga, pero de pronto cobraron esplendor. Yo no era el héroe que Eva, con tanto aplomo, había presentado a sus oyentes, pero la vida tenía, bajo aquel resplandor, un carácter heroico. Yo sería capaz de transmitirlo. Era mi ventaja sobre Eva. Miré la calle a través de la pared de cristal oscuro del bar. Aquellos transeúntes se beneficiarían alguna vez de mi existencia, aunque ahora pasaran de largo, ignorándome. Pagué mi consumición y me dirigí a la puerta.

Eva, abstraída, se acercaba por la calzada. En unos segundos se habría de cruzar conmigo. Hubiera podido detenerla, pero no lo hice. La miré cuando estuvo a mi altura. No estaba abstraída, estaba triste. Era una tristeza tremenda. La seguí. Ella también se dirigía hacia su coche, que, curiosamente, estaba aparcado a unos metros por delante del mío. Se introdujo en él. Estaba ya decidido a abordarla, pero ella, nada más sentarse frente al volante, se tapó la cara con las manos y se echó a llorar. Era un llanto destemplado. Tenía que haberle sucedido algo horrible. Tal vez la habían amonestado y, dado el entusiasmo que ponía en su profesión, estaba rabiosa. No podía acercarme mientras ella continuara llorando, pero sentía una extraordinaria curiosidad y esperé. Eva dejó de llorar. Se sonó estrepitosamente la nariz, sacudió su cabeza y puso en marcha el motor del coche. Miró hacia atrás, levantó los ojos, me vio.

Fui hacia ella. Tenía que haberme reconocido, porque ni siquiera había transcurrido una hora desde nuestro paso por la cabina, pero sus ojos permanecieron vacíos unos segundos. Al fin, reaccionó:

–¿No tiene usted coche? –preguntó, como si ésa fuera la explicación de mi presencia allí.

Negué. Quería prolongar el encuentro.

–Yo puedo acercarle a su casa –se ofreció, en un tono que no era del todo amable.

Pero yo acepté. Pasé por delante de su coche y me acomodé a su lado. Otra vez estábamos muy juntos, como en la cabina. Me preguntó dónde vivía y emprendió la marcha. Como si el asunto le interesara, razonó en alta voz sobre cuál sería el itinerario más conveniente. Tal vez era otra de sus vocaciones. Le hice una sugerencia, que ella desechó.

–¿Le ha sucedido algo? –irrumpí con malignidad–. Hace un momento estaba usted llorando.

Me lanzó una mirada de odio. Estábamos detenidos frente a un semáforo rojo. Con el freno echado, pisó el acelerador.

–Ha estado usted magnífica –seguí– Es una entrevistadora excepcional. Parece saberlo todo. Para usted no hay secretos.

La luz roja dio paso a la luz verde y el coche arrancó. Fue una verdadera arrancada, que nos sacudió a los dos. Sin embargo, no me perdí su suspiro, largo y desesperado.

–Trazó usted un panorama tan completo y perfecto que yo no tenía nada que añadir.

–En ese caso –replicó suavemente, sin irritación y sin interés–, lo hice muy mal. Es el entrevistado quien debe hablar.

Era, pues, más inteligente de lo que parecía. A lo mejor, hasta era más inteligente que yo. Todo era posible. En aquel momento no me importaba. Deseaba otra copa. Cuando el coche enfiló mi calle, se lo propuse. Ella aceptó acompañarme como quien se doblega a un insoslayable deber. Dijo:

–Ustedes, los novelistas, son todos iguales.

La frase no me gustó, pero tuvo la virtud de remitir a Eva al punto de partida. Debía de haber entrevistado a muchos novelistas. Todos ellos bebían, todos le proponían tomar una copa juntos. Si ésa era su conclusión, tampoco me importaba. Cruzamos el umbral del bar y nos acercamos a la barra. Era la hora del almuerzo y estaba despoblado. El camarero me saludó y echó una ojeada a Eva, decepcionado. No era mi tipo, ni seguramente el suyo.

Eva se sentó en el taburete y se llevó a los labios su vaso, que consumió con rapidez, como si deseara concluir aquel compromiso cuanto antes. Pero mi segunda copa me hizo mucho más feliz que la primera y ya tenía un objetivo ante el que no podía detenerme.

–¿Cómo se enteró usted de todo eso? –pregunté–. Tuve la sensación de que cuando me visitó en la Biblioteca no me escuchaba.

A decir verdad, la locutora brillante e inteligente de hacía una hora me resultaba antipática y no me atraía en absoluto, pero aquella mujer que se había paseado entre los manuscritos que documentaban las empresas heroicas del siglo XVII con la misma atención con que hubiese examinado un campo yermo, me impresionaba.

–Soy una profesional –dijo, en el tono en que deben decirse esas cosas.

–Lo sé –admití–. Dígame, ¿por qué lloraba?

Eva sonrió a su vaso vacío. Volvió a ser la mujer de la Biblioteca.

–A veces lloro –dijo, como si aquello no tuviera ninguna importancia–. Ha sido por algo insignificante. Ya se me ha pasado.

–No parece usted muy contenta –dije, aunque ella empezaba a estarlo.

Se encogió de hombros.

–Tome usted otra copa –sugerí, y llamé al camarero, que, con una seriedad desacostumbrada, me atendió.

Eva tomó su segunda copa más lentamente. Se apoyó en la barra con indolencia y sus ojos miopes se pusieron melancólicos. Me miró, al cabo de una pausa.

–¿Qué quieres? –dijo.

–¿No lo sabes? –pregunté.

–Todos los novelistas... –empezó, y extendió su mano.

Fue una caricia breve, casi maternal. Era imposible saber si Eva me deseaba. Era imposible saber nada de Eva. Pero cogí la mano que me había acariciado y ella no la apartó. El camarero me dedicó una mirada de censura. Cada vez me entendía menos. Pero Eva seguía siendo un enigma. Durante aquellos minutos –el bar vacío, las copas de nuevo llenas, nuestros cuerpos anhelantes– mi importante papel en el mundo se desvaneció. El resto de la historia fue vulgar.

Saturday, January 14, 2012

Uso de qué y que.

¿Cuándo usamos la tilde en qué y cuándo no?
La forma más sencilla de aprenderlo, es recordar que le ponemos tilde a la palabra qué cuando la usamos en una pregunta, en una exclamación, o cuando se convierte en el sustantivo. Muchas de las dudas surgen porque no siempre se escribe una pregunta o una exclamación con sus signos correspondientes y esto es lo que muchas veces se presta a confusión. Veamos unos ejemplos para ser más claros.

1. Sentido interrogativo con uso explícito de signos de interrogación:
¿Qué hora es?

2. Sentido interrogativo sin uso explícito de signos de interrogación:
 “No se por qué me dieron miedo” 

(frase tomada del cuento “Médium” de Pío Baroja (http://yquemecuentas.blogspot.com/2011/12/medium-por-pio-baroja.html)
.
3. Sentido exclamativo con uso explícito de signos de interrogación:
¡Y qué me cuentas!

4. Sentido exclamativo sin uso explícito de signos de interrogación: 
"Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas…” 

(oración tomada del cuento “Espantos de agosto” de Gabriel García Márquez   http://yquemecuentas.blogspot.com/2011/12/espantos-de-agosto-por-gabriel-garcia.html#links)

El uso más difícil para una persona que aprende español es cuando qué se convierte en sustantivo, pero no se preocupen, no se usa mucho. Un ejemplo es:

5. Sustantivo -  Es importante el qué, no el cómo.

Aclarando lo anterior, será fácil recordar que todos los demás usos de que se usan sin tilde escrita.

¡Saludos!

Thursday, January 12, 2012

Ejercicio de lectura y escritura de "A la deriva" de Horacio Quiroga

Para leer el cuento relacionado con este ejercicio, haga clic aquí.

Hola Ramón,

Gracias por subir el cuento para los seguidores del blog. Lo leímos anoche en la clase e hicimos el ejercicio de las 8 palabras:

1. Dislocándose – dislocating
2. Arrancar – to pull out, tear out
3. El tobillo – the ankle
4. La caña – sugarcane, reed, rum
5. A la deriva – adrift
6. A la par – at the same time
7. Reponerse – to recover
8. La canoa – the canoe

El cuento escrito con estas palabras es el siguiente:

A la deriva en un río de caña

Su vida estaba a la deriva, como una canoa que estaba arrancada del muelle. A la par, vio por la ventana que el taller no estaba reponiendo su carro. Pateó la pared dislocándose el tobillo. Es porque “necesitaba“ mucha caña, sin pensar que era la caña la fuente de todos sus problemas.



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Hola grupo ¡Y qué me cuentas!

En su historia usan “a la par” dando el significado de al mismo tiempo.  Sin embargo la forma en la que lo utilizan no es la correcta. ¿Por qué? Vemos el ejemplo directamente del cuento. En el cuento dice:

“Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par.”

Es decir, dos cosas sucedían al mismo tiempo. La primera eran los dolores, y el segundo era la sequedad de la garganta. Ustedes en su cuento usan “a la par” para unir un estado permanente (“la vida está a la deriva”) con una acción en pasado ( “vio por la ventana”), no dos acciones que se dan simultáneamente en un mismo tiempo. Si quieren usar “la vida está a la deriva” con “a la par” podían decir:

 “Su vida está a la deriva a la par que su cuenta de cheques está vacía”.

 De esta manera las dos acciones concuerdan en un sentido de permanencia. Espero no haberlos enredado.

En relación con la frase “… el taller no estaba reponiendo su carro”, no me quedó claro lo que quisieron decir. ¿Alguno de ustedes me lo quisiera aclarar? Ya saben, suban su participación en el link de “comentarios” así como sus historias personales.

Saludos
Ramón Talavera


Saturday, January 7, 2012

"A la deriva" de Horacio Quiroga

A la deriva

Horacio Quiroga


Para leer el ejercicio relacionado con este cuento, haga clic aquí.

El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña1!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!

-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.

-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.

-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.

¿Qué sería? Y la respiración...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

-Un jueves...

Y cesó de respirar.

Thursday, January 5, 2012

¡Feliz Año 2012!

¡Feliz Año 2012!

Qué gusto que ya hayan escrito su primera historia de este 2012. Sirva este mensaje para mandarles una felicitación calurosa a todos los estudiantes de ¡Y qué me cuentas!. Me emociona ver que - a pesar de la distancia geográfica - aún podemos tener este encuentro semanal de literatura hispánica, español y creación literaria. Eso es lo bueno de las nuevas tecnologías de la información.
A ese respecto, quiero comentarles que he estado aprendiendo y haciendo pruebas con el recurso EDUCAPLAY para subir diferentes tipos de ejercicios al blog. Me está llevando tiempo definir exactamente qué ejercicios quiero incluir en el blog pero al menos, ya estoy creando algunos. De igual forma he estado investigando respecto a MOODLE y cómo poder crear el curso de ¡Y qué me cuentas! a través de esa plataforma. Esto se los menciono porque a pesar de que parece que los he dejado un poco abandonados las últimas semanas, no es así. Mis tiempos libres los he invertido estudiando esos recursos tecnológicos así como información pedagógica de la enseñanza del español como lengua extranjera. Es mucha información la que estoy estudiando y aunado a los recursos tecnológicos antes mencionados, es difícil poder tener algo concreto pronto. Asi que no desesperen si de repente ven que no contesto inmediatamente sus ejercicios. Lo haré tan pronto pueda.

Ustedes sigan leyendo y aprendiendo como cada semana lo han hecho. Ya les contaré cuando pueda abrir el curso en Boston como tengo planeado.

Reciban un caluroso abrazo y mis mejores deseos para este 2012.

Ramón Talavera


Wednesday, January 4, 2012

Ejercicio de lectura y escritura de "El almohadón de plumas", de Horacio Quiroga

Para leer el cuento relacionado con este ejercicio, haga clic aquí


¡Hola, Ramón!

Esta tarde disfrutamos de volver a hacer el ejercicio de 8 palabras.
Aquí están las palabras extraídas del cuento "El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga y nuestro cuento:

1. Almohada/ón
2. Desapacible
3. Estatua
4. A media voz
5. Cruzar
6. Estremecimiento
7. Únicamente8. Desvanecido


La historia escrita con estas palabras es la siguiente:
"Había una estatua hermosa en el jardín. Una muchacha cruzó el jardín de la casa con una almohada para descansar cerca de la estatua. Después de la puesta del sol ella empezó a sentir el frío y su estremecimiento le hizo desvanecer. Cuando volvió en sí, únicamente podía mover un pie. 

–¡Qué sentimiento tan desapacible! –se dijo a media voz. Decidió entrar en la casa para descansar. "




Tuesday, January 3, 2012

False Cognate: "Carpet- Carpeta"

"El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga

El almohadón de plumas

Horacio Quiroga

Para leer el ejercicio relacionado con este cuento, haga clic aquí.


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.

Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

-¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...

-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.

-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.