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Cada semana leeremos un cuento o un poema de algún autor hispano.
Te invito a participar de la siguiente manera:
1. Escoge un cuento, poema, o ensayo de la lista de autores que aparece en la columna del lado derecho del blog. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
2. Después de leer el material elegido, crea una historia usando las ocho palabras que el grupo ¿Y... qué me cuentas? escogió en clase, o escoge otras ocho palabras de la lectura que quieras practicar. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
3. Sube tu historia usando el enlace de comentarios ("comments"). Lo encontrarás al final de cada lectura.
No temas cometer errores en tu historia. Yo estoy aquí para ayudarte. Tan pronto subas tu historia, yo te mandaré mis comentarios.
¿Estás listo? ¡ Adelante!

Escuchen los ipods de

Y…¿qué me cuentas?

Este video muestra el momento en el que los estudiantes de

Y…¿qué me cuentas?

crean una historia usando ocho palabras extraídas de un cuento previamente leído en clase.

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Y…¿qué me cuentas?

Recomendación al Gobierno de México por parte del Consejo Consultivo del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (CCIME) durante su XVII reunión ordinaria.

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Monday, December 29, 2014

"Mientras el sol se pone" de José de la Cuadra


Saludos al grupo ¡Y qué me cuentas!

Para leer el cuento: Mientras el sol se pone por el autor ecuatoriano José de la Cuadra hagan clic aquí

¡Que disfruten la lectura!

Ramón

Monday, December 8, 2014

"El regalo de Inocencia" de Concha Espina

El Regalo de Inocencia

Concha Espina

Escuchen el cuento en este enlace: http://albalearning.com/audiolibros/espina/regalo.html

Inocencia hacía honor a su nombre: era inocente.

Con los ojos ávidamente abiertos sobre sus diez y ocho años campesinos, todos los misterios de la vida le ofrecieron su naturalismo salvaje, sin despertar en ella malicias ni sobresaltos. Las revelaciones habían sido tan bruscas y descarnadas para los ojos de la niña, que no hallaron tiempo de tocar a su alma con pérfidas insinuaciones refinadas y sutiles, como esas que muchas veces usa el espíritu del mal, valido de un engañoso ropaje de cultura y civilización, y apenas si la mozuela había pestañeado ante la atrocidad de brutalidades que miraba todos los días en una existencia áspera y dura.

‎Inocencia era guapa y era presumida, y a Inocencia le gustaban mucho los mozos y tenía muchas ganas de casarse... Todos estos gustos y deseos le hacían sonreír con una dilatada sonrisa bobalicona, que daba mucha risa a los demás.

Tuesday, November 18, 2014

"Los pastorcitos" de Leopoldo Lugones

LOS PASTORCITOS
Leopoldo Lugones
(Argentina)

Pedro era un muchacho muy listo, aunque rústico pues había pasado siete de sus quince años guardando las ovejas de su padre, un pobre hombre con muchos hijos y cuya mujer vivía enferma.

Todos los hermanos de Pedro trabajaban, excepto el último, muy pequeño aún; así, no es de extrañar que el chico fuera tan serio como servicial, aunque no sabía leer ni tenía ideas sobre la civilización; en cambio poseía otras habilidades: silbaba muy bien imitando a todos los pájaros; manejaba la honda con singular destreza; conocía a fondo los senderos del bosque y los atajos de la montaña, y no había fruta cuyo sabor ignorase. Además, se sabía las flores de corrido, chapurreaba con bastante soltura el idioma del arroyo, que sea dicho de paso, era terriblemente embrollado cuando le daba a éste por meterse guijarros en la boca para tartamudear —al revés de Demóstenes;— le estimaban en todos los nidos por su honradez, y por su habilidad le temían en las colmenas. No esta demás añadir también que ordeñaba muy correctamente las ovejas cuando era menester, que nadie mejor que él podía dar noticia de los más suculentos pastos y de las más eficaces hierbas para curar los males de sus subordinadas. Estas, le correspondían con aquella beata docilidad a la cual deben el rango que ocupan en ciertas metáforas religiosas y literarias. Si Pedro conocía el balido de cada una, cada una conocía la voz de Pedro con encantadora perfección; y era para él una gloria cuando por las tardes regresaban al aprisco, contener sus veleidades de retozo e independencia, con amonestaciones y silbidos que introducían frecuentemente, porque hubo casos, aunque muy extraordinarios, de rebelión, en que la honda de Pedro debió funcionar para mantener el orden.

Saturday, November 8, 2014

"Once" de Sandra Cisneros

Eleven
Sandra Cisneros


Lo que la gente no entiende sobre los cumpleaños y lo que nadie te dice es que cuando tienes once años también tienes diez, y nueve, y ocho, y siete, y seis, y cinco, y cuatro, y tres, y dos, y uno. Y cuando te despiertas el día de tu décimo primer cumpleaños esperas sentirte como si tuvieras once años, pero no es así. Abres tus ojos y todo es igual que ayer, excepto que es hoy. Y no te sientes para nada como si tuvieras once años. Te sientes como si tuvieras todavía diez. Y los tienes, bajo el año que te hace tener once.

Como aquellos días en los que dirías algo estúpido, y esa es la parte que todavía tiene diez años. O tal vez algún día necesitarías sentarte en el regazo de tu madre porque tienes miedo, y esa es la parte de ti que tiene cinco. Y quizá un día, cuando ya seas mayor, quizá necesites llorar como si tuvieras tres años, y eso está bien. Es lo que le digo a mamá cuando está triste y necesita llorar. Tal vez se siente como si tuviera tres.

Y es que la forma en la que creces es algo así como una cebolla o los anillos dentro del tronco de un árbol o como mis pequeñas muñecas de madera que encajan una dentro de otra, cada año dentro de otro. Así es como es tener once años.

No sientes que tengas once años. No inmediatamente. Tienen que pasar unos días, semanas tal vez, a veces incluso meses antes de que digas Once cuando te preguntan. Y no te sientes tan inteligente como alguien de once años, no hasta que casi tienes doce. Así es.

Friday, November 7, 2014

" La serpiente de cascabel" de Hoarcio Quiroga

La serpiente de cascabel
Horacio Quiroga

La serpiente de cascabel es un animal bastante tonto y ciego. Ve ape nas, y a muy corta distancia. Es pesada, somnolienta, sin iniciativa alguna para el ataque; de modo que nada más fácil que evitar sus mordeduras, a pesar del terrible veneno que la asiste. Los peones correntinos, que bien la conocen, suelen divertirse a su costa, hostigándola con el dedo que dirigen rápidamente a uno y otro lado de la cabeza. La serpiente se vuelve sin ce sar hacia donde siente la acometida, rabiosa. Si el hombre no la mata, per manece varias horas erguida, atenta al menor ruido.
Su defensa es a veces bastante rara. Cierto día un boyero me dijo que en el hueco de un lapacho quemado -a media cuadra de casa- había una enorme. Fui a verla: dormía profundamente. Apoyé un palo en me- dio de su cuerpo, y la apreté todo lo que pude contra el fondo de su hueco. En seguida sacudió el cascabel, se irguió y tiró tres rápidos mordiscos al tronco, no a mi vara que la oprimía sino a un punto cualquiera del la pacho. ¿Cómo no se dio cuenta de que su enemigo, a quien debía atacar, era el palo que le estaba rompiendo las vértebras? Tenía 1,45 metros. Aunque grande, no era excesiva; pero como estos animales son extraordi nariamente gruesos, el boyerito, que la vio arrollada, tuvo una idea enor me de su tamaño.
Otra de las rarezas, en lo que se refiere a esta serpiente, es el ruido de su cascabel. A pesar de las zoologías y los naturalistas más o menos de oídas, el ruido aquel no se parece absolutamente al de un cascabel: es una vibración opaca y precipitada, muy igual a la que produce un desperta dor cuya campanilla se aprieta con la mano, o, mejor aún, a un escape de cuerda de reloj. Esto del escape de cuerda suscita uno de los porvenires más turbios que haya tenido, y fue origen de la muerte de uno de mis aguarás. La cosa fue así: una tarde de setiembre, en el interior del Chaco, fui al arroyo a sacar algunas vistas fotográficas. Hacía mucho calor. El agua, tersa por la calma del atardecer, reflejaba inmóviles las palmeras. Llevaba en una mano la maquinaria, y en la otra el winchester, pues los yacarés comenzaban a revivir con la primavera. Mi compañero llevaba el machete.
El pajonal, quemado y maltrecho en la orilla, facilitaba mi campa ña fotográfica. Me alejé buscando un punto de vista, lo hallé, y al afirmar el trípode sentí un ruido estridente, como el que producen en verano ciertas langostitas verdes. Miré alrededor: no hallé nada. El suelo estaba ya bastante oscuro. Como el ruido seguía, fijándome bien vi detrás mío, a un metro, una tortuga enorme. Como me pareció raro el ruido que ha cía, me incliné sobre ella: no era tortuga sino una serpiente de cascabel, a cuya cabeza levantada, pronta para morder, había acercado curiosamen te la cara.
Era la primera vez que veía tal animal, y menos aún tenía idea de esa vibración seca, a no ser el bonito cascabeleo que nos cuentan las Historias Naturales. Di un salto atrás, y le atravesé el cuello de un balazo. Mi com pañero, lejos, me preguntó a gritos qué era.
¡Una víbora de cascabel! le grité a mi vez. Y un poco brutalmen te, seguí haciendo fuego sobre ella hasta deshacerle la cabeza.
Yo tenía entonces ideas muy positivas sobre la bravura y acometida de esa culebra; si a esto se añade la sacudida que acababa de tener, se compren derá mi ensañamiento. Medía 1,60 metros, terminando en ocho cascabeles, es decir, ocho piezas. Este parece ser el número común, no obstante decir se que cada año el animal adquiere un nuevo disco.
Mi compañero llegó; gozaba de un fuerte espanto tropical. Atamos la serpiente al cañón del winchester, y marchamos a casa. Ya era de noche. La tendimos en el suelo, y los peones, que vinieron a verla, me enteraron de lo siguiente: si uno mata una víbora de cascabel, la compañera lo sigue a uno hasta vengarse.
-Te sigue, che, patrón.
Los peones evitan por su parte esta dantesca persecución, no incu rriendo casi nunca en el agravio de matar víboras.
Fui a lavarme las manos. Mi compañero entró en el rancho a dejar la máquina en un rincón, y en seguida oí su voz.
¿Qué tiene el obturador?
-¿Qué cosa? -le respondí desde afuera.
-El obturador. Está dando vueltas el resorte.
Presté oído, y sentí, como una pesadilla, la misma vibración estriden te y seca que acababa de oír en el arroyo.
-¡Cuidado! le grité tirando el jabón-. ¡Es una víbora de casca bel!
-Corrí, porque sabía de sobra que el animal cascabelea solamente cuando siente el enemigo al lado. Pero ya mi compañero había tirado má quina y todo, y salía de adentro con los ojos de fuera.
En esa época el rancho no estaba concluido, y a guisa de pared ha bíamos recostado contra la cumbrera sur dos o tres chapas de zinc. Entre éstas y el banco de carpintero debía estar el animal. Ya no se movía más. Di una patada en el zinc, y el cascabel sonó de nuevo. Por dentro era im posible atacarla, pues el banco nos cerraba el camino. Descolgué caute losamente la escopeta del rincón oscuro, mi compañero encendió el farol de viento, y dimos vuelta al rancho. Hicimos saltar el puntal que soste nía las chapas, y éstas cayeron hacia atrás. Instantáneamente, sobre el fondo oscuro, apareció la cabeza iluminada de la serpiente, en alto y mi rándonos. Mi compañero se colocó detrás mío, con el farol alzado para poder apuntar, e hice fuego. El cartucho tenía nueve balines; le llevaron la cabeza.
Sabida es la fama del Chaco, en cuanto a víboras. Había llegado en in vierno, sin hallar una. Y he aquí que el primer día de calor, en el interva lo de quince minutos, dos fatales serpientes de cascabel, y una de ellas den tro de casa…
Esa noche dormí mal, con el constante escape de cuerda en el oído. Al día siguiente el calor continuó. De mañana, al saltar el alambrado de la chacra, tropecé con otra: vuelta a los tiros, esta vez de revólver.
A la siesta las gallinas gritaron y sentí los aullidos de un aguará. Sal té afuera y encontré al pobre animalito tetanizado ya por dos profundas mordeduras, y una nube azulada en los ojos.
Tenía apenas veinte días. A diez metros, sobre la greda resquebrajada, se arrastraba la cuarta serpiente en dieciocho horas. Pero esta vez usé un palo, arma más expresiva y obvia que la escopeta.
Durante dos meses y en pleno verano, no vi otra víbora más. Después sí; pero, para lenitivo de la intranquilidad pasada, no con la turbadora fre cuencia del principio.


Acerca del autor.
Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937), cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo.

Sunday, November 2, 2014

"Desde el tronco de un ombú" de Eduardo Acevedo Díaz.

Hola a todos

Gracias Keatha por mandarme el link del cuento Desde el tronco de un ombú. Ya está  incluido en el blog para que puedan leerlo este miércoles que viene.

Para leer el cuento haga clic aquí.

Saludos.

Ramón Talavera

Monday, October 27, 2014

¿Quién muere?, de Pablo Neruda


¿Quién muere?

Pablo Neruda


Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos,
quien no cambia de marca,
no arriesga vestir un color nuevo
y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.
Muere lentamente quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco
y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los ojos,sonrisas de los
bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo,
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música,
quien no encuentra gracia en si mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente, quien pasa los días
quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.

Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce
o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe. 

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo
exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará
que conquistemos una espléndida felicidad.

"Romance ce Sonámbulo", de Federico García Lorca

Romance sonámbulo
Federico García Lorca

Verde que te quiero verde.
Verde viento.
Verdes ramas.
El barco sobre la mar 

y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,

verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.

*

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento 

con la lija de sus ramas,

y el monte, gato garduño,

eriza sus pitas agrias.

¿Pero quién vendrá?
¿Y por dónde...?

Ella sigue en su baranda,

verde carne, pelo verde,

soñando en la mar amarga.

Thursday, August 14, 2014

"La celda" de Amparo Dávila

Para leer el cuento "La Celda" de Amparo Dávila, haga clic aquí

¡Disfruten la lectura!

"El coronel no tiene quien el escriba" de Garbriel García Márquez

El coronel no tiene quien le escriba

Gabriel García Márquez

El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata.
Mientras esperaba a que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de barro cocido en una actitud confiada e inocente expectativa, el coronel experimentó la sensación de nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aún para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como esa, durante cincuenta y seis años —desde cuando terminó la última guerra civil— el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.
Su esposa levantó el mosquitero cuando lo vio entrar al dormitorio con el café. Esa noche había sufrido una crisis de asma y ahora atravesaba por un estado de sopor. Pero se incorporóa para recibir la taza.
—Y tú —dijo.
—Ya tomé —mintió el coronel—. Todavía quedaba una cucharada grande.
En ese momento empezaron los dobles. El coronel se había olvidaddo del entierro. Mientras su esposa tomaba el café, descolgó la hamaca en un extremo y la enrolló en el otro, detrás de la puerta. La mujer pensó en el muerto.

Wednesday, August 13, 2014

La prodigiosa tarde de Baltazar de Gabriel García Márquez

 La prodigiosa tarde de Baltazar

Gabriel García Márquez

La jaula estaba terminada. Baltazar la colgó en el alero, por la fuerza de la costumbre, y cuando acabó de almorzar ya se decía por todos lados que era la jaula más bella del mundo. Tanta gente vino a verla, que se for­mó un tumulto frente a la casa, y Baltazar tuvo que descolgarla y cerrar la carpintería.
—Tienes que afeitarte —le dijo Úrsula, su mujer—. Pareces un capuchino.
—Es malo afeitarse después del almuerzo —dijo Baltazar.
Tenía una barba de dos semanas, un ca­bello corto, duro y parado como las crines de un mulo, y una expresión general de mucha­cho Pero era una expresión falsa. En febrero había cumplido 30 años, vivía con Úrsula desde hacía cuatro, sin casarse y sin tener hijos, y la vida le había dado muchos motivos para estar alerta, pero ninguno para estar asustado. Ni siquiera sabía que para al­gunas personas, la jaula que acababa de hacer era la más bella del mundo. Para él, acostum­brado a hacer jaulas desde niño, aquél había sido apenas un trabajo más arduo que los otros.
—Entonces repósate un rato —dijo la mu­jer—. Con esa barba no puedes presentarte en ninguna parte.
Mientras reposaba tuvo que abandonar la hamaca varías veces para mostrar la jaula a los vecinos. Úrsula no le había prestado aten­ción hasta entonces. Estaba disgustada por­que su marido había descuidado el trabajo de la carpintería para dedicarse por entero a la jaula, y durante dos semanas había dormido mal, dando tumbos y hablando disparates, y no había vuelto a pensar en afeitarse. Pero el disgusto se disipó ante la jaula terminada. Cuando Baltazar despertó de la siesta, ella le había planchado los pantalones y una camisa, los había puesto en un asiento junto a la ha­maca, y había llevado la jaula a la mesa del comedor. La contemplaba en silencio.

Saturday, May 31, 2014

"Bienvenido, Bob" de Juan Carlos Onetti

Bienvenido, Bob

Juan Carlos Onetti


Es seguro que cada día estará más viejo, más lejos del tiempo en que se llamaba Bob, del pelo rubio colgando en la sien, la sonrisa y los lustrosos ojos de cuando entraba silenciosamente en la sala, murmurando un saludo o moviendo un poco la mano cerca de la oreja, e iba a sentarse bajo la lámpara, cerca del piano, con un libro o simplemente quieto y aparte, abstraído, mirándonos durante una hora sin un gesto en la cara, moviendo de vez en cuando los dedos para manejar el cigarrillo y limpiar de cenizas la solapa de sus trajes claros.
Igualmente lejos —ahora que se llama Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando toso— del Bob que tomaba cerveza, dos vasos solamente en la más larga de las noches, con una pila de monedas de diez sobre su mesa de la cantina del club, para gastar en la máquina de discos. Casi siempre solo, escuchando jazz, la cara soñolienta, dichosa y pálida, moviendo apenas la cabeza para saludarme cuando yo pasaba, siguiéndome con los ojos tanto tiempo como yo me quedara, tanto tiempo como me fuera posible soportar su mirada azul detenida incansablemente en mí, manteniendo sin esfuerzo el intenso desprecio y la burla más suave. También con algún otro muchacho, los sábados, alguno tan rabiosamente joven como él, con quien conversaba de solos, trompas y coros y de la infinita ciudad que Bob construiría sobre la costa cuando fuera arquitecto. Se interrumpía al verme pasar para hacerme el breve saludo y no sacar los ojos de mi cara, resbalando palabras apagadas y sonrisas por una punta de la boca hacia el compañero que terminaba siempre por mirarme y duplicar en silencio el silencio y la burla.

Monday, May 26, 2014

"El presupuesto" Mario Benedetti


El Presupuesto
Mario Benedetti

En nuestra oficina regía el mismo presupuesto desde el año mil novecientos veintitantos, o sea desde una época en que la mayoría de nosotros estábamos luchando con la geografía y con los quebrados. Sin embargo, el jefe se acordaba del acontecimiento y a veces, cuando el trabajo disminuía, se sentaba familiarmente sobre uno de nuestros escritorios, y así, con las piernas colgantes que mostraban después del pantalón unos inmaculados calcetines blancos, nos relataba con su vieja emoción y las quinientas noventa y ocho palabras de costumbre, el lejano y magnífico día en que su Jefe -él era entonces Oficial Primero- le había palmeado el hombro y le había dicho: “Muchacho, tenemos presupuesto nuevo”, con la sonrisa amplia y satisfecha del que ya ha calculado cuántas camisas podrá comprar con el aumento.
Un nuevo presupuesto es la ambición máxima de una oficina pública. Nosotros sabíamos que otras dependencias de personal más numeroso que la nuestra, habían obtenido presupuesto cada dos o tres años. Y las mirábamos desde nuestra pequeña isla administrativa con la misma desesperada resignación con que Robinson veía desfilar los barcos por el horizonte, sabiendo que era tan inútil hacer señales como sentir envidia. Nuestra envidia o nuestras señales hubieran servido de poco, pues ni en los mejores tiempos pasamos de nueve empleados, y era lógico que nadie se preocupara de una oficina así de reducida.

Sunday, May 11, 2014

"Tema del triador y del héroe" de Jorge Luis Borges

Tema del traidor y del héroe

Jorge Luis Borges

(Artificios, 1944;
Ficciones, 1944)

So the Platonic Year
Whirls out new right and wrong,
Whirls in the old instead;
All men are dancers and their tread
Goes to the barbarous clangour of a gong.

W. B. Yeats: The Tower.


Bajo el notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes misterios) y del consejero áulico Leibniz (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes; hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 3 de enero de 1944, la vislumbro así.
La acción transcurre en un país oprimido y tenaz: Polonia, Irlanda, La república de Venecia, algún estado sudamericano o balcánico... Ha transcurrido, mejor dicho, pues aunque el narrador es contemporáneo, la historia referida por él ocurrió al promediar o al empezar el siglo XIX. Digamos (para comodidad narrativa) Irlanda; digamos 1824. El narrador se llama Ryan; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.

Wednesday, May 7, 2014

"La caricia más profunda" de Julio Cortázar

La Caricia más profunda

Julio Cortázar


En su casa no le decían nada, pero cada vez le extrañaba más que no se hubiesen dado cuenta. Al principio podía pasar inadvertido y él mismo pensaba que la alucinación o lo que fuera no iba a durar mucho; pero ahora que ya caminaba metido en la tierra hasta los codos no podía ser que sus padres y sus hermanas no lo vieran y tomaran alguna decisión. Cierto que hasta entonces no había tenido la menor dificultad para moverse, y aunque eso parecía lo más extraño de todo, en el fondo lo que a él lo dejaba pensativo era que sus padres y sus hermanas no se dieran cuenta de que andaba por todos lados metido hasta los codos en la tierra.

Monótono que, como casi siempre, las cosas sucedieran progresivamente, de menos a más. Un día había tenido la impresión de que al cruzar el patio iba llevándose algo por delante, como quien empuja unos algodones. Al mirar con atención descubrió que los cordones de los zapatos sobresalían apenas del nivel de las baldosas. Se quedó tan asombrado que no pudo ni hablar ni decírselo a nadie, temeroso de hundirse bruscamente del todo, preguntándose si a lo mejor el patio se habría ablandado a fuerza de lavarlo, porque su madre lo lavaba todas las mañanas y a veces hasta por la tarde. Después se animó a sacar un pie y a dar cautelosamente un paso; todo anduvo bien, salvo que el zapato volvió a meterse en las baldosas hasta el moño de los cordones. Dio varios pasos más y al final se encogió de hombros y fue hasta la esquina a comprar La Razón porque quería leer la crónica de una película.

Thursday, April 24, 2014

"Discurso pronunciado al recibir Premio Cervantes 2014", por Elena Poniatowska

Elena Poniatowska: “Me enorgullece caminar al lado de los ilusos”

Discurso pronunciado por la escritora y periodista mexicana Elena Poniatowska en la ceremonia de recibimiento del Premio Cervantes 2014, en presencia del Pey de España, en la Universidad de Alcalá de Henares, el 23 de abril del 2004.

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Educación, Cultura y Deporte, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Señor Presidente de la Comunidad de Madrid, Señor Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señores y señoras.

Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976. (Los hombres son treinta y cinco.) María Zambrano fue la primera y los mexicanos la consideramos nuestra porque debido a la Guerra Civil Española vivió en México y enseñó en la Universidad Nicolaíta en Morelia, Michoacán.

Simone Weil, la filósofa francesa, escribió que echar raíces es quizá la necesidad más apremiante del alma humana. En María Zambrano, el exilio fue una herida sin cura, pero ella fue una exiliada de todo menos de su escritura.

Sunday, April 13, 2014

"El Escuerzo" de Leopoldo Lugones

El Escuerzo 

 Leopoldo Lugones. 


Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habitaba la familia, di con un pequeño sapo que, en vez de huir como sus congéneres más corpulentos, se hinchó extraordinariamente bajo mis pedradas. Horrorizábanme los sapos y era mi diversión aplastar cuantos podía. Así que el pequeño y obstinado reptil no tardó en sucumbir a los golpes de mis piedras. Como todos los muchachos criados en la vida semicampestre de nuestras ciudades de provincia, yo era un sabio en lagartos y sapos. Además, la casa estaba situada cerca de un arroyo que cruza la ciudad, lo cual contribuía a aumentar la frecuencia de mis relaciones con tales bichos. Entro en estos detalles para que se comprenda bien cómo me sorprendí al notar que el atrabiliario sapo me era enteramente desconocido. Circunstancia de consulta, pues. Y tomando mi víctima con toda la precaución del caso, fui a preguntar por ella a la vieja criada, confidente de mis primeras empresas de cazador. Tenía yo ocho años y ella sesenta. El asunto había, pues, de interesarnos a ambos. La buena mujer estaba, como de costumbre, sentada a la puerta de la cocina, y yo esperaba ver acogido mi relato con la acostumbrada benevolencia, cuando apenas hube comenzado la vi levantarse apresuradamente y arrebatarme de las manos el despanzurrado animalejo.

-¡Gracias a Dios que no lo hayas dejado! -exclamó con muestras de la mayor alegría-, en este mismo instante vamos a quemarlo.

-¿Quemarlo? -dije yo-; pero qué va a hacer, si ya está muerto...

Saturday, March 29, 2014

"La mujer que llegaba a las seis" de Gabriel García Márquez

La mujer que llegaba a las seis

Gabriel García Márquez
(Colombia)

La puerta oscilante se abrió. A esa hora no había nadie en el restaurante de José.
Acababan de dar las seis y el hombre sabia que sólo a las seis y media empezarían a llegar los parroquianos habituales. Tan conservadora y regular era su clientela, que no había acabado el reloj de dar la sexta campanada cuando una mujer entró, como todos los días a esa hora, y se sentó sin decir nada en la alta silla giratoria. Traía un cigarrillo sin encender, apretado entre los labios.
—Hola reina —dijo José cuando la vio sentarse. Luego caminó hacia el otro extremo del mostrador, limpiando con un trapo seco la superficie vidriada.
Siempre que entraba alguien al restaurante José hacia lo mismo. Hasta con la mujer con quien había llegado a adquirir un grado de casi intimidad, el gordo y rubicundo mesonero representaba su diaria comedia de hombre diligente. Habló desde el otro extremo del mostrador.
—¿Qué quieres hoy? —dijo.

Thursday, March 6, 2014

"Los chicos" de Ana María Matute

Los chicos

Ana María Matute

Para leer el ejercicio de ocho palabras relacionado con este cuento, haga clic aquí

Eran cinco o seis, pero así, en grupo, viniendo carretera adelante, se nos antojaban quince o veinte. Llegaban casi siempre a las horas achicharradas de la siesta, cuando el sol caía de plano contra el polvo y la grava desportillada de la carretera vieja, por donde ya no circulaban camiones ni carros, ni vehículo alguno. Llegaban entre una nube de polvo que levantaban sus pies, como las pezuñas de los caballos. Los veíamos llegar y el corazón nos latía de prisa. Alguien, en voz baja, decía: «¡Que vienen los chicos...!» Por lo general, nos escondíamos para tirarles piedras, o huíamos.

Porque nosotros temíamos a los chicos como al diablo. En realidad, eran una de las mil formas de diablo, a nuestro entender. Los chicos, harapientos, malvados, con los ojos oscuros y brillantes como cabezas de alfiler negro. Los chicos, descalzos y callosos, que tiraban piedras de largo alcance, con gran puntería, de golpe más seco y duro que las nuestras. Los que hablaban un idioma entrecortado, desconocido, de palabras como pequeños latigazos, de risas como salpicaduras de barro. En casa nos tenían prohibido terminantemente entablar relación alguna con esos chicos. En realidad, nos tenían prohibido salir del prado bajo ningún pretexto. (Aunque nada había tan tentador, a nuestros ojos, como saltar el muro de piedras y bajar al río, que, al otro lado, huía verde y oro, entre los juncos y los chopos.) Más allá, pasaba la carretera vieja, por donde llegaban casi siempre aquellos chicos distintos, prohibidos.

"El abuelo" de Mario Vargas Llosa

El abuelo

Mario Vargas Llosa

Cada vez que crujía una ramita, o croaba una rana, o vibraban los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado, que era una piedra chata, y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas, sombras movedizas y esbeltas, que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. Había sido corto de vista desde joven, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si ya cenaban, o si aquellas sombras inquietas provenían de los árboles más altos.

Regresó a su asiento y esperó. La noche pasada había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos pululaban, y los manoteos desesperados de don Eulogio en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente, humillante, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, que de pronto lo sorprendía en su escondrijo. “¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?” Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta falsa esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, al recordar haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía escurrirse hacia la calle sin ser visto.

Tuesday, February 25, 2014

Sunday, February 2, 2014

"Rosas Artificiales" de Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez

Rosas artificiales
(Los funerales de la Mamá Grande, 1962)



Moviéndose a tientas en la penumbra del amanecer, Mina se puso el vestido sin mangas que la noche anterior había colgado junto a la cama, y revolvió el baúl en busca de las mangas postizas. Las buscó después en los clavos de las paredes y detrás de las puertas, procurando no hacer ruido para no despertar a la abuela ciega que dormía en el mismo cuarto. Pero cuando se acostumbró a la os­curidad, se dio cuenta de que la abuela se había levantado y fue a la cocina a pregun­tarle por las mangas.
—Están en el baño —dijo la ciega—. Las lavé ayer tarde.
Allí estaban, colgadas de un alambre con dos prendedores de madera. Todavía estaban húmedas. Mina volvió a la cocina y extendió las mangas sobre las piedras de la hornilla. Frente a ella, la ciega revolvía el café, fijas las pupilas muertas en el reborde de ladrillos del corredor, donde había una hilera de ties­tos con hierbas medicinales.
—No vuelvas a coger mis cosas —dijo Mi­na—. En estos días no se puede contar con el sol.
La ciega movió el rostro hacia la voz.
—Se me había olvidado que era el primer viernes —dijo.
Después de comprobar con una aspiración profunda que ya estaba el café, retiró la olla del fogón.
—Pon un papel debajo, porque esas pie­dras están sucias —dijo.
Mina restregó el índice contra las piedras de la hornilla. Estaban sucias, pero de una costra de hollín apelmazado que no ensucia­ría las mangas si no se frotaban contra las piedras.
—Si se ensucian tú eres la responsable —dijo.
La ciega se había servido una taza de café.

Thursday, January 30, 2014

"La zarpa" de José Emilio Pacheco


La zarpa
José Emilio Pacheco
 (30 de junio de 1939 -  26 de enero de2014)
Tomado de:Burgos, Fernando. Antología del cuento Hispanoamericano, Ed. Porrúa, 2002.

Padre, las cosas que habrá oído en el confesionario y aquí en la sacristía... Claro, usted es joven, es hombre y le será difícil entenderme. De verdad, créame, no sabe cuánto me apena quitarle el tiempo con mis problemas, pero a quién si no a usted puedo confiarme ¿verdad?

No sé cómo empezar. Es decir, ¿cómo se llama el pecado de alegrarse del mal ajeno? Todos lo cometemos ¿no es cierto? Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen, un incendio, la alegría que sienten los demás al ver que no fue para ellos alguna de las desdichas que hay en el mundo…

Bueno, verá, usted no es de aquí, Padre; usted no conoció a México cuando era una ciudad chica, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad tan terrible de ahora. Entonces una nacía y moría en la misma colonia sin cambiarse nunca de barrio. Una era de San Rafael, de Santa María, de la Roma. Había cosas que ya jamás habrá...

Perdone, le estoy quitando el tiempo. Es que no tengo con quién hablar y cuando hablo... Ay, Padre, si supiera, qué pena, nunca me había atrevido a contarle esto a nadie, ni a usted; pero ya estoy aquí y después me sentiré más tranquila.