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Te invito a participar de la siguiente manera:
1. Escoge un cuento, poema, o ensayo de la lista de autores que aparece en la columna del lado derecho del blog. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
2. Después de leer el material elegido, crea una historia usando las ocho palabras que el grupo ¿Y... qué me cuentas? escogió en clase, o escoge otras ocho palabras de la lectura que quieras practicar. Para encontrar un ejemplo, haz clic aquí.
3. Sube tu historia usando el enlace de comentarios ("comments"). Lo encontrarás al final de cada lectura.
No temas cometer errores en tu historia. Yo estoy aquí para ayudarte. Tan pronto subas tu historia, yo te mandaré mis comentarios.
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Y…¿qué me cuentas?

Este video muestra el momento en el que los estudiantes de

Y…¿qué me cuentas?

crean una historia usando ocho palabras extraídas de un cuento previamente leído en clase.

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Y…¿qué me cuentas?

Recomendación al Gobierno de México por parte del Consejo Consultivo del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (CCIME) durante su XVII reunión ordinaria.

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Thursday, December 20, 2018

"Cuento de Navidad" de José María Merino

Cuento de navidad
José María Merino
(España)


En el cielo del amanecer brillaba con fuerza aquel insólito lucero que la gente común contemplaba con asombro, pero el capitán sabía que era uno de los satélites de comunicaciones que permitirían a su ejército mantener la supremacía en aquella guerra interminable.
-Mi capitán –transmitió el cabo-. Aquí sólo hay varios civiles refugiaos, unos pastores que han perdido el rebaño por el impacto de un obús y una mujer a punto de dar a luz.
El capitán, desde la torreta del carro, observaba el establo con los prismáticos.
-Registradlo todo con cuidado.
-Mi capitán –transmitió otra vez el cabo-, también hay un perturbado, vestido con una túnica blanca, que dice que va a nacer un salvador y otras cosas raras.
-A ese me lo traéis bien sujeto.
-Mi capitán –añadió el cabo, con la voz alterada-, la mujer se ha puesto de parto.
-Bienvenido al infierno –murmuró el capitán, con lástima.
A la luz del alba, aparecieron en la loma cercana las figuras de tres camellos cargados de bultos y el capitán los observaba acercarse, indeciso.
-Abrid fuego –ordenó al fin-. No quiero sorpresas.

Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez y José María Merino, Palabras en la nieve (Un filandón), Madrid, Rey Lear, 2007, págs. 121-122.

Tuesday, September 11, 2018

"Olor a cebolla" de Camilo José Cela


Olor a cebolla
Camilo José Cela

Estaba enfermo y sin un real, pero se suicidó porque olía a cebolla.
-Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla.
-Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra ventana?
-No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla, las manos me huelen a cebolla.
La mujer era la imagen de la paciencia.
-¿Quieres lavarte las manos?
-No, no quiero, el corazón también me huele a cebolla.
-Tranquilízate.
-No puedo, huele a cebolla.
-Anda, procura dormir un poco.
-No podría, todo me huele a cebolla.
-Oye,¿ quieres un vaso de leche?
-No quiero un vaso de leche. Quisiera morirme, nada más que morirme muy de prisa, cada vez huele más a cebolla.
-No digas tonterías.
-¡Digo lo que me da la gana! ¡Huele a cebolla!
El hombre se echó a llorar.
-¡Huele a cebolla!
-Bueno, hombre, bueno, huele a cebolla.
-¡Claro que huele a cebolla! ¡Una peste!
La mujer abrió la ventana. El hombre, con los ojos llenos de lágrimas, empezó a gritar.
-¡Cierra la ventana! ¡No quiero que se vaya el olor a cebolla!
-Como quieras.
La mujer cerró la ventana.
-Oye, quiero agua en una taza; en un vaso, no.
La mujer fue a la cocina, a prepararle una taza de agua a su marido.
La mujer estaba lavando la taza cuando se oyó un berrido infernal, como si a un hombre se le hubieran roto los dos pulmones de repente.
El golpe del cuerpo contra las losetas del patio, la mujer no lo oyó. En vez sintió un dolor en las sienes, un dolor frío y agudo como el de un pinchazo con una aguja muy larga.
-¡Ay!
El grito de la mujer salió por la ventana abierta; nadie le contestó, la cama estaba vacía.
Algunos vecinos se asomaron a las ventanas del patio. -¿Qué pasa?
La mujer no podía hablar. De haber podido hacerlo, hubiera dicho:
-Nada, que olía un poco a cebolla.

Monday, September 10, 2018

"El proyecto" de Ángel Olgoso

El Proyecto

Ángel Olgoso 
(España, 1961)

El niño se inclinó sobre su proyecto escolar, una pequeña bola de arcilla que había modelado cuidadosamente. Encerrado en su habitación durante días, la sometió al calor, rodeándola de móviles luminarias, le aplicó descargas eléctricas, separó la materia sólida de la líquida, hizo llover sobre ella esporas sementíferas y la envolvió en una gasa verdemar de humedad. El niño, con orgullo de artífice, contempló a un mismo tiempo la perfección del conjunto y la armonía de cada uno de sus pormenores, las innumerables especies, los distintos frutos, la frescura de las frondas y la tibieza de los manglares, el oro y el viento, los corales y los truenos, los efímeros juegos de luz y sombra, la conjunción de sonidos, colores y aromas que aleteaban sobre la superficie de la bola de arcilla. Contra toda lógica, procesos azarosos comenzaron por escindir átomos imprevistos y el hálito de la vida, desbocado, se extendió desmesuradamente. Primero fue un prurito irregular, luego una llaga, después un manchón denso y repulsivo sobre los carpelos de tierra. El hormigueo de seres vivientes bullía como el torrente sanguíneo de un embrión, hedía como la secreción de una pústula que nadie consigue cerrar. Se multiplicaron la confusión y el ruido, y diminutas columnas de humo se elevaban desde su corteza. Todo era demasiado prolijo y sin sentido. Al niño le había llevado seis días crear aquel mundo y ahora, una vez más en este curso, se exponía al descrédito ante su Maestro y sus Compañeros. Y vio que esto no era bueno. Decidió entonces aplastarlo entre las manos, haciéndolo desaparecer con manifiesto desprecio en el vacío del cosmos: descansaría el séptimo día y comenzaría de nuevo.

"Visitar a los enfermos" de Antoni Marí

Visitar a los enfermos
Antoni Marí 
(España, 1944)

Pablo fue mi mejor amigo. Tal vez el único amigo que tuve nunca. No he mantenido con nadie una relación como la que mantuve con él, mientras vivió. Tal vez fuera por la edad. En la adolescencia la amistad es como la extensión de esa conciencia perpleja que uno va descubriéndose, a empellones y sustos. Siempre pensé que aquella extensión de mi conciencia que se personificaba en la figura de Pablo, era más firme y más real que la mía propia.

Pablo era más inteligente que yo, más franco y más abierto. Yo tenía serias dificultades para relacionarme con el mundo de los acontecimientos: para mí, todo suponía un problema o una contrariedad. Era suspicaz y sentía temor por cualquier cosa. Pablo, en cambio, era valeroso; sabía enfrentarse a las dificultades como una persona mayor, pensaba yo. Estas cualidades, sin embargo, no me habrían despertado el afecto, ni la amistad que le profesaba, si no hubiera reconocido en él aquellas otras que parece que se pierden con los años, como la solidaridad, la fidelidad, la capacidad de entrega y la paciencia.

"La lluvia" de Arturo Uslar Pietri

La lluvia
Arturo Uslar Pietri
(Venezuela)
Tomado de Biblioteca Virtual

La luz de la luna entraba por todas las rendijas del rancho y el ruido del viento en el maizal, compacto y menudo como de lluvia. En la sombra acuchillada de láminas claras oscilaba el chinchorro lento del viejo zambo; acompasadamente chirriaba la atadura de la cuerda sobre la madera y se oía la respiración corta y silbosa de la mujer que estaba echada sobre el catre del rincón.

La patinadura del aire sobre las hojas secas del maíz y de los árboles sonaba cada vez más a lluvia, poniendo un eco húmedo en el ambiente terroso y sólido.

Se oía en el hondo, como bajo piedra, el latido de la sangre girando ansiosamente.

La mujer sudorosa e insomne prestó oído, entreabrió los ojos, trató de adivinar por las rayas luminosas, atisbó un momento, miró el chinchorro quieto y pesado, y llamó con voz agria.

- ¡Jesuso!

Thursday, September 6, 2018

"El registro" de Baldomero Lillo


El registro

Baldomero Lillo 
( Chile, 1867-1923)

La mañana es fría, nebulosa, una fina llovizna empapa los achaparrados matorrales de viejos boldos y litres raquíticos. La abuela, con la falda arremangada y los pies descalzos, camina a toda prisa por el angosto sendero, evitando en lo posible el roce de las ramas, de las cuales se escurren gruesos goterones que horadan el suelo blando y esponjoso del atajo. Aquella senda es un camino poco frecuentado y solitario que, desviándose de la negra carretera, conduce a una pequeña población distante legua y media del poderoso establecimiento carbonífero, cuyas construcciones aparecen de cuando en cuando por entre los claros del boscaje allá en la lejanía borrosa del horizonte.

A pesar del frío y de la lluvia, el rostro de la viejecilla está empapado en sudor y su respiración es entrecortada y jadeante. En la diestra, apoyado contra el pecho, lleva un paquete cuyo volumen trata de disimular entre los pliegues del raído pañolón de lana.

La abuela es de corta estatura, delgada, seca. Su rostro, lleno de arrugas con ojos oscuros y tristes, tiene una expresión humilde, resignada. Parece muy inquieta y recelosa, y a medida que los árboles disminuyen se hace más visible su temor y sobresalto.

"La estepa Rusa" de José Jimenez Lozano


La estepa Rusa
José Jiménez Lozano 
(España, 1939)

Cuando yo fui monaguillo, anduve un día por la estepa rusa; aunque yo la estepa rusa sólo la he visto en una lámina de la enciclopedia de la escuela y en un libro muy grande de estampas que había allí, y, otra vez, en un cine que pusieron: una gran extensión de tierra, blanca y dura por la helada, y como con cristalillos incrustados; o como una sábana inmensa, cuando estaba nevada, que no se acababa nunca, y, no se veían nada más que de vez en cuando unos árboles y un pueblo, o una iglesia con las torres redondas.

Y así, también era, cuando íbamos aquel cura, don Agustín, y nosotros Alipio y yo, que éramos los monaguillos y le acompañábamos, nosotros montados en la burra, y a pie don Agustín, y todo estaba blanco de la escarcha, como si hubiera nevado o más; y aunque sólo eran dos kilómetros hasta el otro pueblo, parecía una estepa, y era muy bonito; que sólo cuando estábamos ya encima vimos el humo de alguna chimenea, y nos parecía el pueblo blanco un barco, o como el chorro de una ballena blanca dijo Alipio, a ver si don Agustín nos contaba lo de la ballena de Jonás que tanto nos gustaba. Pero don Agustín no hablaba. Íbamos a enterrar a un hombre pobre, que era muy joven y se había caído de un andamio, y cuando ya llegó el médico estaba agonizando, que no se podía haber salvado, dijo. Y su mujer no quería enterrarlo, porque no se quería separar de aquel cuerpo. Se había casado en Noviembre, y ese día de los Santos Inocentes ya estaba allí muerto.

Tuesday, September 4, 2018

"La puerta cerrada" de Edmundo Paz Soldán


La puerta cerrada
Edmundo Paz Soldán 
(Bolivia, 1967)

Acabamos de enterrar a papá. Fue una ceremonia majestuosa; bajo un cielo azul salpicado de hilos de plata, en la calurosa tarde de este verano agobiador. El cura ofició una misa conmovedora frente al lujoso ataúd de caoba y, mientras nos refrescaba a todos con agua bendita, nos convenció una vez más de que la verdadera vida recién comienza después de ésta. Personalidades del lugar dejaron guirnaldas de flores frescas a los pies del ataúd y, secándose el rostro con pañuelos perfumados, pronunciaron aburridos discursos, destacando lo bueno y desprendido que había sido papá con los vecinos, el ejemplo de amor y abnegación que había sido para su esposa y sus hijos, las incontables cosas que había hecho por el desarrollo del pueblo. Una banda tocó “La media vuelta”, el bolero favorito de papá: Te vas porque yo quiero que te vayas, / a la hora que yo quiera te detengo, / yo sé que mi cariño te hace falta, / porque quieras o no yo soy tu dueño. Mamá lloraba, los hermanos de papá lloraban. Sólo mi hermana no lloraba. Tenía un jazmín en la mano y lo olía con aire ausente. Con su vestido negro de una pieza y la larga cabellera castaña recogida en un moño, era la sobriedad encarnada.

Thursday, August 30, 2018

"El hombre muerto" de Horacio Quiroga


El hombre muerto
Horacio Quiroga 
(1878-1937)
Tomado de Narrativa Breve

El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía.

Wednesday, August 29, 2018

"El galeón" de Manuel Vicent


Galeón
Manuel Vicent 
(España, 1936)

En la terraza de un bar de la playa están sentados un viejo y un niño. El mar acaba de purgarse con un temporal y ha dejado la arena cubierta de algas rojas muy amargas, pero las aguas ya se han calmado y el viejo le señala al niño un buque explorador fondeado en un punto del horizonte que está sacando del abismo un galeón de bucaneros que se hundió en tiempos muy remotos. Mira, le dice el viejo, aquel buque tiene un brazo articulado que ha bajado a mil metros de profundidad y ha introducido una cámara entre las cuadernas de la nave donde se ven cofres, vajillas, arcabuces y una sirena color de rosa esculpida en el bauprés. En un camarote aparece todavía la calavera del capitán coronada de lapas. El niño comienza a soñar con los ojos muy abiertos.
Todos nuestros juguetes se han roto, excepto los cuentos que nos contaron en la niñez y que de una forma u otra nos llevan siempre a la isla del tesoro. Gracias al sistema de detección por satélite existen no menos de 4000 barcos localizados en el fondo del mar -trirremes, carabelas, goletas, galeones- que naufragaron a lo largo de la historia. Lo que en el Mediterráneo eran dioses, en el Caribe y en los mares el Sur fueron piratas. Cada abismo contiene sus propios héroes sumergidos, como nuestra imaginación alberga los deseos más remotos. Existen empresas especializadas en sacar a la superficie estos barcos cargados de oro o de esculturas de mármol, lo mismo que la razón extrae las imágenes simbólicas que elabora el cerebro en la oscuridad de los sueños y las convierte en sensaciones a pleno sol.
El viejo le cuenta al niño un cuento de corsarios y en la imaginación del niño se sumerge la figura soñada de un barco fantasma gobernado por unos piratas berberiscos que llegaron a esta playa para raptar a cuantas mujeres hermosas encontraban. El viejo va aflorando desde el fondo de su memoria la historia de Simbad el Marino, la del Capitán Nemo, la de Lord Jim y otros cuentos, juguetes que le habían regalado en la infancia y nunca se le rompieron. Ahora los saca a la superficie, los deposita en la imaginación del niño y estos relatos se hunden en su cerebro hasta alcanzar el fondo de los sueños. Cuando el viejo muera y su cuerpo descienda al abismo como una nave derrotada, un día, al recordar los cuentos que le había contado, el niño lo salvará de las aguas como ese buque explorador está rescatando ahora un galeón de bucaneros que lleva en su vientre cofres repletos de monedas de oro, una sirena labrada en el bauprés y otros tesoros.
El País, 11. I. 2006

Sunday, August 26, 2018

"Amor cibernauta" de Diego Muñoz Valenzuela


Amor cibernauta
Diego Muñoz Valenzuela
(Chile, 1956)
Tomado de literatura breve

Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro brutal de neanderthal: gran cabeza, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual, similar aunque enriquecida por historias y percepciones diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibilidad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le narraba con gracia los pormenores de su agitada vida social, burlándose agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones de sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso encontrarse en el mundo real. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.

Ángeles y verdugos, cuentos, Santiago de Chile, Mosquito Comunicaciones, 2002

"La partida" de Leónidas Barletta


La partida

Leónidas Barletta
 (Argentina, 1902-1975)



Trajeron agua del río, y se lavó, despacio.

-Mire, Adelina, déme una camisa limpia -dijo con voz ahogada-, quiero irme decente.

La mujer le anudó el pañuelo al cuello y le peinó el cabello largo alrededor de las orejas.

-Bueno; me voy -dijo con una exaltación ahogada-. Tráigame el rebenque grande, ¿quiere?

Los ojos, chiquitos, con un anillo de agua en la pupila, brillaron agudos por un instante.

-Bueno; me voy -repitió, ensimismado.

La mujer se movió; fija la mirada triste, las manos, cruzadas sobre el vientre.

-Bueno; me voy -tornó a decir, y agregó con cierta firmeza: -Déjela entrar nomás a la Elenita.

La muchacha entró, demudada. Quedó inmóvil junto a su padre y gruesas lágrimas empezaron a mojarle la cara.

-¿Por qué llora, pues? -dijo él suavecito-. Enjúguese. Acérquese a besar a su padre. No pierda el tiempo. Ya tendrá ocasión de llorar. Béseme de una vez y hágalo entrar al Emilio.

La separó despacito de su rostro y la muchacha salió, hipando.

Afuera se detuvo frente a su hermano y a su madre y dijo, aspirando las sílabas:

—¡Se va!

La puerta del rancho volvió a chirriar y entró el varón, serio, indeciso, mirando con insistencia al suelo, balanceándose como si tuviese que tomar impulso para dar un salto.

El padre lo miró de hito en hito, y de repente, exclamó con la voz alterada:

-Vea, muchacho… Déme su mano… ¡Qué embromar…! ¡Si es un alivio…! -y al apretar la mano, añadió…: -¡Esto me basta!

Y como sabía que su hijo no iba a soltar palabra, dijo por él:

—¡Y que me vaya lindo!

Fue un apretón de manos corto, firme.

—Deje entrar ahora a su madre, que está esperando.

Salió el mozo, con la boca apretada, respirando fuerte y esquivando los ojos. Se plantó frente a su madre y a su hermana y masculló entre dientes, como con rabia:

-¡Se va!

Y entró la madre. Se aproximó lentamente al hombre; los ojos colorados, la boca estremecida.

-Siéntese -murmuró él-. Quédese un ratito así. No me diga nada. ¿Comprende?

Varillas de luz caían desde el techo del rancho. Oían distintamente el ruido que hacían los dos al respirar.

Él no necesitó mirarla para saber que tenía los ojos llenos de lágrimas. Le dijo con dulzura:

-Mire, Adelina, usté no pudo ser mejor de lo que fue… Mire… ¡y ojalá yo hubiese sido como usted quiso que fuera…! ¡Verdá…! ¡Verdá…!

Hizo un instante de silencio y luego:

-¡Está bueno…! Mire, Adelina, prepárese nomás. Y déjese de andar lloriqueando. Todas las partidas son lo mesmo. Verdá. Y ahora, con su licencia, déjeme que me vaya.

Entonces la mujer se arrodilla y barbota entro sollozos:

-No; Bautista, si usté no se me va. ¡Qué se me va a ir! ¡Cómo me va a dejar a mí solita! ¡Hemos andado tanto tiempo acollarados! ¡No; si usté no se me va!

Pero se interrumpe de golpe porque la mano de su hombre ha caído inerte fuera del camastro.

Ahora se enjuga los ojos, sale del rancho, enfrenta desesperada a sus hijos y dice con voz ronca:

¡Se jue!



Fuente del texto: Cuentos de Latinoamérica

Tuesday, June 12, 2018

"La guaca" de Héctor Abad Faciolince



La guaca

Héctor Abad Faciolince

(Colombia)
Tomado de: http://www.hectorabad.com/la-guaca/

1

Cuando mi esposa volvió a enamorarse de su viejo amor, el fotógrafo, y se fue a vivir con él por El Retiro, yo me tuve que quedar solo con los niños. Ella no llamaba ni venía casi nunca, y pasaban meses enteros sin que supiéramos de ella. Los niños lloraban mucho al principio, sobre todo María Isabel, la menor, pero a Juan Esteban, el mayor, le fue entrando una rabia parecida a la mía, que lo llevaba a levantar los hombros cada vez que le mencionaban a la mamá. Ella se fue alejando, tanto de la ciudad como de nuestros pechos, hasta que todos en la casa terminamos refiriéndonos a ella, no con su nombre, que olvidamos, sino con un apelativo más lejano y más justo: la difunta. Yo a ella, a la difunta, no la culpaba del todo por su decisión; ella había querido al fotógrafo desde antes de casarse conmigo, y desde la adolescencia habían planeado que algún día se irían a vivir al campo. Ahora habían realizado su sueño de vida agreste y vivían en esa finca sin teléfono en las afueras de El Retiro, al lado de una quebrada, con caballos y vacas y conejos. Pescaban truchas, paseaban los perros, y se bastaban tanto el uno al otro que casi nunca bajaban a Medellín.

Monday, June 11, 2018

"Las mujeres de mi generación son las mejores" de Santiago Gamboa


Las mujeres de mi generación son las mejores

Santiago Gamboa

(Colombia)

Las mujeres de mi generación son las mejores. Y punto.

Hoy tienen cuarenta y pico, incluso cincuenta, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras.

Esto, a pesar de sus incipientes patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitanea sus muslos, pero que las hace tan humanas, tan reales.

Hermosamente reales.

Casi todas hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y al cuarto intento.

Qué importa.

Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen como una ciudad sitiada que, de cualquier modo, cada tanto abre sus puertas a algún visitante.

¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación!

Nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la música de los Beatles, de Bob Dylan.

Monday, June 4, 2018

"Tesoros" de Juan Gracia Armendáriz


Tesoros
Juan Gracia Armendáriz
España (1965) 

Algo no marchaba bien, y Ana lo sabía. Hasta aquella tarde de agosto -Gabriel y Andrés estaban lejos, de vacaciones inglesas- sus padres la habían mantenido al margen de los acontecimientos familiares que al final del verano adquirieron el cariz de lo inapelable, igual que se barrunta la tormenta en la humedad del viento levantado: las llamadas telefónicas a medianoche, la venta urgente de la casa, las conversaciones de sus padres en el comedor del abuelo, las visitas del abogado… fueron indicios suficientes para que Ana, pequeña aún, relegada al espacio límbico de la infancia, supiera que los hechos se precipitarían sobre todos ellos con la contundencia de lo inevitable.
Hasta esa tarde, la habían entretenido con largos paseos por la playa, por el espigón del puerto o tomando la barca de la isla hacia la posibilidad de un día atrapando cangrejos entre las rocas y bebiendo limonada en el embarcadero. Y Ana, silenciosa y amable, se había dejado convencer por el decorado de la normalidad, anulando en sus padres un nuevo frente de temor. Y así lo hizo, esbozando una sonrisa con los ojos, cuando aquella tarde la auparon sobre la grupa de un caballito, en medio de la feria. Hasta ese instante -sus padres seguían detrás, cogidos de la mano, los pasos del caballo de Ana- su vida había transcurrido con cierta y engañosa placidez en el pueblo. Sus hermanos, modelos a imitar entonces, se tornaban poco a poco en sombras: Andrés, lejano en edad con un pie ya en la adolescencia, y Gabriel, su cómplice en ocasiones, su enemigo en otras.
Ana tenía una mancha cárdena en medio de la palidez de la frente, mácula de los rigores de un parto difícil, que se encendía con el fulgor de la ira cuando sus hermanos la excluían de los juegos, especialmente de los torneos medievales organizados en la cochera y que con el paso de la tarde degeneraban en un combate paleolítico y sin reglas de honor…o cuando le impedían ir a cazar jilgueros con cimbel, liga y cardo. En la marginación había cultivado el silencio.
Acaso esta infancia transcurrida bajo el influjo lúdico de la masculinidad, explique el hecho de que Ana expresara, ante el horror materno, su deseo de hacer la primera comunión vestida de Sandokán, con un sable malayo en el cinto y el tatuaje de la Perla de Labuán en el virginal hombro, o que durante mucho tiempo, su ideal de hombre fuera un trampero del Canadá o un leñador de los Pirineos con quien compartía una cabaña construida con troncos recios de haya en lo más profundo del bosque y un perro mastín que vigilara frente a la chimenea sus sueños de amazona en las noches de invierno…
Cuando acabó el paseo, la bajaron del pony, los tres tomaron una ración de churros y un fotógrafo los retrató de espaldas a la bahía. Luego su padre desapareció en un taxi.
Muchos años después, en esa fotografía en blanco y negro y de bordes dentados, Ana fecharía el día en que acabó su infancia.

Noticias de la frontera, Madrid, Libertarias / Prodhufi, 1994, pág. 74-75.

Saturday, June 2, 2018

"Adiós" de Luciano G. Egido

Adiós
Luciano G. Egido 
(España, 1928)

La única verdad es la literatura.
Fernando Pessoa
Estaba condenado a muerte y los médicos le echaban de seis meses a un año de vida. Como es sabido el cáncer no perdona y ya era tarde para todo. Él ya se había hecho a la idea y había empezado a despedirse del mundo con una extraña resignación suicida. Hacía mucho tiempo que se había separado de su mujer y los hijos se habían desentendido de lo que le ocurriera. Sus amigos estaban muertos o vivían lejos y no quería darles el espectáculo de su agonía ni el golpe bajo de la crecida de sus remordimientos. Le hubiera gustado visitar por última vez algunos paisajes, que le habían congraciado con la naturaleza, y algunas ciudades donde había sido particularmente feliz, con toda la vida por delante para recordarlas.
También hubiera querido encontrarse con algún viejo amor inolvidable, con alguna continuada manera de contemplar el mar, como la primera vez, y con algunos lugares, unidos a lecturas y a situaciones especialmente gratas. Pero todo le parecía irrealizable, porque exigía un esfuerzo que no se sentía con ganas de iniciar y menos de concluir.

Friday, June 1, 2018

"El reincidente" de Rafael Sánchez Ferlosio

El reincidente
Rafael Sánchez Ferlosio 
(España, 1927)

El lobo, viejo, desdentado, cano, despeluchado, desmedrado, enfermo, cansado un día de vivir y de hambrear, sintió llegada para él la hora de reclinar finalmente la cabeza en el regazo del Creador. Noche y día caminó por cada vez más extraviados andurriales, cada vez más arriscadas serranías, más empinadas y vertiginosas cuestas, hasta donde el pavoroso rugir del huracán en las talladas cresterías de hielo se trocaba de pronto, como voz sofocada entre algodones, al entrar en la espesa cúpula de niebla, en el blanco silencio de la Cumbre Eterna. Allí, no bien alzó los ojos -nublada la visión, ya por su propia vejez, ya por el recién sufrido rigor de la ventisca, ya en fin por lágrimas mezcladas de autoconmiseración y gratitud- y entrevió las doradas puertas de la Bienaventuranza, oyó la cristalina y penetrante voz del oficial de guardia, que así lo interpelaba:
-¿Cómo te atreves siquiera a aproximarte a estas puertas sacrosantas, con las fauces aún ensangrentadas por tus últimas cruentas refecciones, asesino?

Thursday, May 24, 2018

"Las islas surgieron del océano" de Guillermo Cabrera Infante

Las islas surgieron del océano
Guillermo Cabrera Infante 
(Cuba, 1929- 2005)

Las islas surgieron del océano, primero como islotes aislados, luego los cayos se hicieron montañas y las aguas bajas, valles. Más tarde las islas se reunieron para formar una gran isla que pronto se hizo verde donde no era dorada o rojiza. Siguieron surgiendo al lado las islitas, ahora hechas cayos y la isla se convirtió en un archipiélago: una isla larga junto a una gran isla redonda rodeada de miles de islitas, islotes y hasta otras islas. Pero como la isla larga tenía una forma definida, dominaba el conjunto y nadie ha visto el archipiélago, prefiriendo llamar a la isla isla y olvidarse de los miles de cayos, islotes, isletas que bordean la isla grande como coágulos de una larga herida verde.
Ahí está la isla, todavía surgiendo de entre el océano y el golfo: ahí está.

Vista del amanecer en el trópico, Barcelona: Seix Barral, 1974. Pág. 11

Monday, May 21, 2018

"La señal lejana del siete ", Pedro Antonio Valdez


La señal lejana del siete 
Pedro Antonio Valdez 
(República Dominicana, 1968)

El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única señal era un siete. En el desayuno miró servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria reparó en que había nacido día siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico en la ventanilla siete. Sentóse —sin darse cuenta— en la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado; pero él se mantuvo con serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo siete, de la carrera siete, llegó en el lugar número siete.

Papeles de Astarot, La Vega (República Dominicana), Editora Taller, 1992, pág. 23

Tuesday, May 15, 2018

"Sab" de Gertrudis Gómez de Avellaneda

Para leer la novela "Sab" de Gertrudis Gómez de Avellaneda, haga clic en el siguiente enlace: 





Friday, April 6, 2018

"Ángelus" de Pío Baroja


Ángelus
Pío Baroja
(España, 1872-1956)
Tomado de Narrativa breve

Eran trece los hombres, trece valientes curtidos en el peligro y avezados a las luchas del mar. Con ellos iba una mujer, la del patrón.
Los trece hombres de la costa tenían el sello característico de la raza vasca: cabeza ancha, perfil aguileño, la pupila muerta por la constante contemplación de la mar, la gran devoradora de hombres.
El Cantábrico los conocía; ellos conocían las olas y el viento.
La trainera, larga, estrecha, pintada de negro, se llamaba Arantza, que en vascuence significa espina. Tenía un palo corto, plantado junto a la proa, con una vela pequeña…
La tarde era de otoño; el viento, flojo; las olas, redondas, mansas, tranquilas. La vela apenas se hinchaba por la brisa, y la trainera se deslizaba suavemente, dejando una estela de plata en el mar verdoso.
Habían salido de Motrico y marchaban a la pesca con las redes preparadas, a reunirse con otras lanchas para el día de Santa Catalina. En aquel momento pasaban por delante de Deva.
El cielo estaba lleno de nubes algodonosas y plomizas. Por entre sus jirones, trozos de un azul pálido. El sol salía en rayos brillantes por la abertura de una nube, cuya boca enrojecida se reflejaba temblando sobre el mar.
Los trece hombres, serios e impasibles, hablaban poco; la mujer, vieja, hacía media con gruesas agujas y un ovillo de lana azul. El patrón, grave y triste, con la boina calada hasta los ojos, la mano derecha en el remo que hacía de timón, miraba impasible al mar.
Un perro de aguas, sucio, sentado en un banco de popa, junto al patrón, miraba también al mar, tan indiferente como los hombres.
El sol iba poniéndose… Arriba, rojos de llama, rojos cobrizos, colores cenicientos, nubes de plomo, enormes ballenas; abajo, la piel verde del mar, con tonos rojizos, escarlata y morados. De cuando en cuando el estremecimiento rítmico de las olas…
La trainera se encontraba frente a Iciar. El viento era de tierra, lleno de olores de monte; la costa se dibujaba con todos sus riscos y sus peñas.
De repente, en la agonía de la tarde, sonaron las horas en el reloj de la iglesia de Iciar, y luego las campanadas del ángelus se extendieron por el mar como voces lentas, majestuosas y sublimes.
El patrón se quitó la boina y los demás hicieron lo mismo. La mujer abandonó su trabajo, y todos rezaron, graves, sombríos, mirando al mar tranquilo y de redondas olas.
Cuando empezó a hacerse de noche el viento sopló ya con fuerza, la vela se redondeó con las ráfagas de aire, y la trainera se hundió en la sombra, dejando una estela de plata sobre la negruzca superficie del agua…
Eran trece los hombres, trece valientes, curtidos en el peligro y avezados a las luchas del mar.

Vidas sombrías, 1900
Cuentos, Madrid, Alianza, 1966, págs. 88-90

Thursday, April 5, 2018

"Canción del Jinete" de Federico García Lorca

Canción del jinete
Federico García Lorca
(España)

Córdoba
Lejana y sola

Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.
Lejana y sola.

Sunday, March 25, 2018

Ejercicio de ocho palabras del cuento "Ultraje" de Álvaro Enrigue

Atenas, Grecia, 20 de Marzo de 2018

¡Saludos a todos!

Comparto con ustedes las ocho palabras que el grupo seleccionó después de leer el cuento Ultraje de Álvaro Enrigue.

Las 8 palabras fueron:

1) Ecuanimidad
2) Pornografía
3) Escopeta
4) Nuca
5) Bajel
6) Carretera
7) Ultraje
8) Sol

El cuento que el grupo escribió con estas palabras, es el siguiente:

"Nicolás navegaba en el bajel. Su nuca sudaba apabullantemente bajo el sol. Es obvio que la pornografía está en su mente. El sonido de una escopeta lo hace salir de su sueño. En la carretera se ve a un loco disparando a los coches de color rojo buscando vengarse de su ultraje. Nicolás cierra sus ojos y regresa a sus sueños con gran "ecuanimidad".

Ahora, incluyan su cuento en el enlace que dice "comments".

¡Abrazo!

Friday, March 23, 2018

“El ramo azul” de Octavio Paz

El ramo azul
Octavio Paz
(México)

Desperté, cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recién regados, subía un vapor caliente. Una mariposa de alas grisáceas revoloteaba encandilada alrededor del foco amarillento. Salté de la hamaca y descalzo atravesé el cuarto, cuidando no pisar algún alacrán salido de su escondrijo a tomar el fresco. Me acerqué al ventanillo y aspiré el aire del campo. Se oía la respiración de la noche, enorme, femenina. Regresé al centro de la habitación, vacié el agua de la jarra en la palangana de peltre y humedecí la toalla. Me froté el torso y las piernas con el trapo empapado, me sequé un poco y, tras de cerciorarme que ningún bicho estaba escondido entre los pliegues de mi ropa, me vestí y calcé. Bajé saltando la escalera pintada de verde. En la puerta del mesón tropecé con el dueño, sujeto tuerto y reticente. Sentado en una sillita de tule, fumaba con el ojo entrecerrado. Con voz ronca me preguntó:

Wednesday, March 21, 2018

“En la noche de la última novena de difuntos”, de Alfonso Rodríguez Castelao

Alfonso Rodríguez Castelao
(España, 1886-1950)
Tomado de Narrativa Breve

En la noche de la última novena de difuntos, la iglesia estaba poblada de miedos. En cada vela brillaba un ánima, y las ánimas que no cabían en las velas encendidas se escondían en los sombríos rincones y, desde allí, miraban a los chiquillos y les hacían carantoñas.
Cada luz que el sacristán mataba era un ánima encendida que se deshacía en hilos de humo, y todos sentíamos el olor de las ánimas en cada vela que moría. Desde entonces, el olor a cera me trae el recuerdo de los miedos de aquella noche.
El abad cantaba un responso delante de una caja llena de huesos, y, en el momento de terminar elpaternoster, daba comienzo el llanto.
Cuatro hombres se adelantaban apartando a las mujeres enloquecidas de dolor y, con una mano, agarraban el ataúd y con la otra empuñaban un cirio encendido.
La procesión se terminaba en el osario del atrio. Los cuatro hombres llevaban el ataúd rozando el suelo, y el cirio inclinado rociaba cera encima de los huesos. Detrás seguía un enjambre de mujeres soltando gritos lastimeros, mucho más horripilantes que los de un llanto en un entierro de ahogados. Y si las mujeres plañían, los hombres lloraban en silencio.
En aquella procesión todos tenían por qué llorar y todos lloraban. Y también lloraba Baltasara, una chiquilla criada por la caridad pública, que apareciera dentro de una cesta, al lado de un crucero, que no tenía ni padre ni madre ni por quién llorar; pero la epidemia del llanto la contagió, y también se deshacía en gemidos con todas sus fuerzas. Camino de casa, una vecina le preguntó a la chiquilla:
-¿Por quién llorabas, Baltasara?
Y ella le respondió, gimoteando:
-¿No le parece bastante desgracia no tener por quién llorar, señora?

Cousas (1926-1929)

Cosas. Los dos de siempre, trad. Alberto Minués, Madrid, Alianza, 1967, págs. 22-24.

Monday, March 19, 2018

"Ultraje" de Álvaro Enrigue



Ultraje
Álvaro Enrigue 
(México, 1969- )
*Este cuento fue publicado en Hipotermia, Editorial Anagrama, 2005.

Para leer el cuento de ocho palabras relacionado con este ejercicio, haga clic aquí.

Una autopista puede ser como el mar. El sol ardiendo en la cara, la brisa que limpia las tuberías del sistema respiratorio, las manos aferradas a los barrotes en la cubierta de acero, el olor a podrido subiendo desde la sentina. Drake Horowitz lo creyó durante algún tiempo sin poder comprobarlo: estaba prohibido viajar fuera de la cabina en las vías rápidas, de modo que se quedaba en su sitio, estudiando los resultados de la Liga Americana en la sección deportiva del Baltimore Sun y acumulando resentimiento. Apenas atendía al cotilleo perpetuo entre Verrazano y el conductor, que intercambiaban ideas, comentarios e insultos inclinándose levemente para librar su cabeza: por ser el de menos antigüedad en el servicio le tocaba sentarse en medio del asiento corrido del Outrageous Fortune.

Friday, March 16, 2018

"El inmortal" de Jorge Luis Borges

Para leer el cuento "El inmortal" de Jorge Luis Borges, haga clic aquí

Wednesday, March 14, 2018

Ejercicio de ocho palabra del cuento "Continuidad de los parques" de Julio Cortazar

Marzo, 14, 2018
Atenas, Grecias

¡Saludos!

Les comparto el cuento que el grupo escribió tomando ocho palabras del cuento "Continuidad de los parques" de Julio Cortazar. Para leer el cuento relacionado con este ejercicio, haga clic aquí.

Las ocho palabras son:

1. Perverso
2. Coartada
3. Terciopelo
4. disyuntiva
5. Despiadado
6. Agazapado
7. Crepúsculo
8. Amante

El cuento es el siguiente:

Durante un crepúsculo invernal, la amante despiadada vestida de terciopelo verde-negro utiliza como coartada la cena de sus padres para su perverso comportamiento: matar a su novio. La única disyuntiva es torturarlo o no. Agazapada en un rincón, con sangre fría, espera.

Ahora es su turno. Suban sus cuentos en el enlace que dice "comments".

¡Diviértanse!


Wednesday, March 7, 2018

Ejercicio de ocho palabras del cuento "El recado" de Elena Poniatowska

¡Saludos desde Atenas!

Comparto con ustedes el ejercicio de ocho palabras tomadas del cuento El recado de Elena Poniatowska que se realizó en la clase de forma grupal.

Las siete palabras y una frase elegidas son:

1. Te quiero
2. Enfermo
3. Madreselva
4. Recado
5. Remolino
6. Aguantar
7. Espero
8. Imperiosa

El cuento que el grupo escribió es el siguiente:

El remolino sacudió la madreselva. Se me cayó el recado de las manos porque estaba enfermo de amor. Espero. Desesperando. Es mi imperiosa necesidad de aguantar en esta calle de pobres. No te quiero amar.

Ahora cada uno de ustedes escriba un cuento usando las ocho palabras y súbanla al blog en el link que dice "comments".

¡Disfruten dejando volar su imaginación!

Monday, March 5, 2018

Ejercicio de ocho palabras del cuento "Un día de estos" de Gabriel García Márquez

Saludos de Atenas.

El pasado 27 de febrero del 2018 comencé a impartir el curso Y... ¿qué me cuentas? en "Abanico", una escuela de enseñanza de idiomas y difusión de culturas hispanas en Atenas, Grecia. Durante la clase leímos el cuento " Un día de estos" de Gabriel García Márquez. (Para leer el cuento relacionado con este ejercicio, haga clic aquí)

Comparto con ustedes el ejercicio de ocho palabras que los estudiantes escribieron de forma grupal.

Las ocho palabras que eligieron son:


  1. Absceso
  2. Enjuto
  3. Destemplado
  4. Jadeante
  5. "La misma vaina"
  6. Rencor
  7. Glacial
  8. Alcalde


El cuento que escribieron es el siguiente:

El alcalde lloraba en su cuarto. Padece de un absceso que lo volvía jadeante. De repente, su mujer enjuta de mirada glacial entra en el cuarto y le grita con voz llena de rencor: "la misma vaina". El alcalde le responde con voz destemplada: "Y tú qué sabes de mi dolor". Y la mujer con mirada glacial, enjuta y fría le responde: ¡Tú qué sabes de dolor si no has parido hijos!

Sunday, March 4, 2018

"El álbum" de Medardo Fraile

El álbum
Medardo Fraile 
(España, 1925)

Tomado de Narrativa Breve

Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al dejar el paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando con amor, alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero orgullo protector y expectante.
-¿Qué van a tomar?
-Café con leche. ¿Y tú?
-Lo mismo.
En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados, el álbum de las chocolatinas. Era un gran día. Habían hablado de él como se habla de cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón del novio en su niñez, que había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de aquel libro difícil.
Sus compañeros de colegio -él lo recordaba- habían dejado en el álbum huecos de desamor y desidia. Y el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda su vida a sus más inocentes alegrías, al objeto de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum implicaba tesón y constancia. Tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si en ello les fuera su felicidad, el sí o el no.

Saturday, March 3, 2018

"El cerdito" de Juan Carlos Onetti


El cerdito
Juan Carlos Onetti 
(Uruguay, 1909-1994)

La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que daba a un pequeño jardín pardusco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de agua en los temporales de invierno.

Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus casas o de las aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres; eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras, ella los descubría en Emilio o Guido. Pero no transcurría ninguna tarde sin haber reproducido algún gesto, algún ademán del nieto.

Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los panqueques que envolvían el dulce de membrillo.

Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada. La anciana demoró en oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, porque había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las tres siluetas que habían trepado los escalones.

Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía pero los miraba comer con una sonrisa inmóvil; pero aquella tarde, después de observar mucho para no equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando al nieto mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimiento de las manos.

Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de la cocina.
Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:

-Dale otro golpe. Por las dudas.

Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra, desperdicios del cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.

Presencia y otros cuentos (1986)
Cuentos completos, Madrid, Alfaguara, 1995, págs. 429-430.

Monday, February 26, 2018

"Los ojos de Celina" de Bernardo Kordon


Los ojos de Celina
Bernardo Kordon 
(Argentina 1915-2002)

En la tarde blanca de calor, los ojos de Celina me parecieron dos pozos de agua fresca. No me retiré de su lado, como si en medio del algodonal quemado por el sol hubiese encontrado la sombra de un sauce. Pero mi madre opinó lo contrario: “Ella te buscó, la sinvergüenza”. Éstas fueron sus palabras.

Como siempre no me atreví a contradecirle, pero si mal no recuerdo fui yo quien se quedó al lado de Celina con ganas de mirarla a cada rato. Desde ese día la ayudé en la cosecha, y tampoco esto le pareció bien a mi madre, acostumbrada como estaba a los modos que nos enseñó en la familia. Es decir, trabajar duro y seguido, sin pensar en otra cosa. Y lo que ganábamos era para mamá, sin quedarnos con un solo peso.

Siempre fue la vieja quien resolvió todos los gastos de la casa y de nosotros.

Mi hermano se casó antes que yo, porque era el mayor y también porque la Roberta parecía trabajadora y callada como una mula. No se metió en las cosas de la familia y todo siguió como antes. 

Friday, February 23, 2018

"El desertor" de José María Merino


El desertor
José María Merino 
(España, 1941)


El amor es algo muy especial. Por eso, cuando vio la sombra junto a la puerta, a la claridad de la luna que, precisamente por su escasa luz, le daba una apariencia de gran borrón plano y ominoso, no tuvo ningún miedo. Supo que él había regresado a casa. La suavidad de la noche de San Juan, el cielo diáfano, el olor fresco de la hierba, el rumor del agua, el canto de los ruiseñores, acompasaban de pronto lo más benéfico de su naturaleza a la presencia recobrada.

La vida conyugal había durado apenas cinco meses cuando estalló la guerra. Le reclamaron, y ella fue conociendo entre líneas, en aquellas cartas breves y llenas de tachaduras, las vicisitudes del frente. Pero las cartas, que al principio hacían referencia, aunque confusa, a los sucesos y a los parajes, fueron ciñéndose cada vez más a la crónica simple de la nostalgia, de los deseos de regreso. Venían ya sin tachaduras y estaban saturadas de una añoranza tan descarnadamente relatada, que a ella le hacían llorar siempre que las leía.

Thursday, February 22, 2018

"Celebración de la fantasía" de Eduardo Galeano

Celebración de la fantasía
Eduardo Galeano 
(Uruguay, 1940 -2015)

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca de Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo.
-Y ¿anda bien? -le pregunté.
-Atrasa un poco -reconoció.

El libro de los abrazos (1989), Barcelona, RBA, 1995, pág. 22

Thursday, February 15, 2018

"Capitán Luiso Ferrauto" de Juan Rodolfo Wilcock

Capitán Luiso Ferrauto

Juan Rodolfo Wilcock
 (Argentina-Italia, 1919-1978) 

Una vez al año, en primavera, el capitán Luiso Ferrauto cambia de piel; de la piel vieja emerge lustroso y rosado como un recién nacido, pero al cabo de unas horas la piel nueva recobra su color normal, que es aceitunado, y también el pelo, que se ha desprendido junto con la piel del cráneo, vuelve a crecer rápidamente, como corresponde a un oficial de la Seguridad Pública. Su mujer, unida a él por un amor inusitado en estos tiempos, suele guardar estas pieles usadas de su marido y rellenarlas de goma espuma color carne, para hacer así un muñeco bastante presentable, bien cosido y armado, con su uniforme puesto. Ya tiene unos quince, en el garaje: todos oficiales de policía, tan parecidos a su marido que da gusto verlos a todos juntos, tan dignos, tan rectos, tan inalcanzables por la corrupción. La señora hizo instalar un equipo estéreo en el garaje y cuando el capitán está de servicio fuera de casa, la mujer baja para hacerles oír a sus ex-maridos las mejores páginas de la lírica mundial. Absortos, como embelesados, los quince policías escuchan inmóviles la muerte de Desdémona, el merecido asesinato de Scarpia, la disputa fatal entre Carmen y Don José, delitos todos que exigen el arresto inmediato del culpable, hechos de sangre y de violencia como tantas veces han visto a lo largo de su carrera. Puesto que los muñecos de piel policíaca son producidos a razón de uno por año y cada uno es de edad más avanzada que el anterior, presentan esta insólita característica: que el más joven de los quince es el más viejo de todos.

El libro de los monstruos (1978), trad. Ernesto Montequin, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, págs. 17-18.

Monday, January 29, 2018

Continuidad de los parques" de Julio Cortazar


Hola,

Los invito a leer el cuento "Continuidad de los parques" de Cortazar, al mismo tiempo que pueden escuchar el cuento leído por el mismo autor. Hagan clic en el enlace de abajo y díganme qué les parece.

¡Saludos!


https://360.articulate.com/review/content/91d47b20-c8d6-4711-8f25-507379c1db43/review


Tuesday, January 23, 2018

"Blancanieves se despide de los siete enanitos" de Leopoldo María Panero


Blancanieves se despide de los siete enanitos
(cuentos breve)

Leopoldo María Panero 
(España)


Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.

Así se fundó Carnaby Street, Barcelona, Libres de Sinera, 1970, pág. 25

Monday, January 22, 2018

"Las panteras y el templo" de Abelardo Castillo


Las panteras y el templo
(Cuento Breve)

Abelardo Castillo
(Argentina)

Y sin embargo sé que algún día tendré un descuido, tropezaré con un mueble o simplemente me temblará la mano y ella abrirá los ojos mirándome aterrada (creyendo acaso que aún sueña, que ese que está ahí junto a la cama, arrodillado y con el hacha en la mano, es un asesino de pesadilla), y entonces me reconocerá, quizá grite, y sé que ya no podré detenerme.

Todo fue diabólicamente extraño. Ocurrió mientras corregía aquella historia del hombre que una noche se acerca sigilosamente a la cama de su mujer dormida, con un hacha en alto (no sé por qué elegí un hacha: ésta aún no estaba allí, llamándome desde la pared con un grito negro, desafiándome a celebrar una vez más la monstruosa ceremonia). Imaginé, de pronto, que el hombre no mataba a la mujer. Se arrepiente, y no mata. El horror consistía, justamente, en eso: él guardará para siempre el secreto de aquel juego; ella dormirá toda su vida junto al hombre que esa noche estuvo a punto de deshacer, a golpes, su luminosa cabeza rubia (por qué rubia y luminosa, por qué no podía dejar de imaginarme el esplendor de su pelo sobre la almohada), y ese secreto intolerable sería la infinita venganza de aquel hombre. La historia, así resuelta, me pareció mucho más bella y perversa que la historia original.

Inútilmente, traté de reescribirla. Como si alguien me hubiese robado las palabras, era incapaz de narrar la sigilosa inmovilidad de la luna en la ventana, el trunco dibujo del hacha ahora detenida en el aire, el pelo de la mujer dormida, los párpados del hombre abiertos en la oscuridad, su odio tumultuoso paralizado de pronto y transformándose en un odio sutil, triunfal, mucho más atroz por cuanto aplacaba, al mismo tiempo, al amor y a la venganza.

Saturday, January 20, 2018

"La obra maestra" de Álvaro Yunque


La obra maestra
(cuento breve)

Álvaro Yunque (1889-1982)
(Argentina)


El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:

-¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.

Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.

Thursday, January 18, 2018

"Cabeza rapada" de Jesús Fernández Santos


Cabeza Rapada

Jesús Fernández Santos (1926-1988)
(España)

Era un viento templado. Las hojas volaban llenando la calzada, remontándose hasta caer de nuevo desde las copas de los árboles. Su cabeza rapada al cero, aparecía oscura del sudor y el sol, como las piernas con sus largos pantalones de pana. No había cumplido los diez años; era un chico pequeño. Íbamos andando a través de aquel amplio paseo, mecidos por el rumor de los frondosos eucaliptos, envueltos en remolinos de polvo y hojas secas que lo invadían todo: los rincones de los bancos, las vías… Menudas y rojizas, pardas, como de castaño enano o abedul, llenaban todos los huecos por pequeños que fuesen, pegándose a nosotros como el alma al cuerpo.

Cruzaban sombras negras, luminosas, de los coches; los faros rojos atrás, acentuando su tono hasta el morado. Aunque no hacía frío nos arrimamos a una hoguera en que el guarda de las obras quemaba ramas de eucaliptos esparciendo al aire un agradable olor a monte abierto. Allí estuvimos un buen rato, llenando de él nuestros pulmones, hasta que el chico se puso a toser de nuevo.

-¿Te duele? -le pregunté.

Wednesday, January 17, 2018

"La muñeca reina" de Carlos Fuentes



La muñeca reina
Carlos Fuentes
(México) 


I

Vine porque aquella tarjeta, tan curiosa, me hizo recordar su existencia. La encontré en un libro olvidado cuyas páginas habían reproducido un espectro de la caligrafía infantil. Estaba acomodando, después de mucho tiempo de no hacerlo, mis libros. Iba de sorpresa en sorpresa, pues algunos, colocados en las estanterías más altas, no fueron leídos durante mucho tiempo. Tanto, que el filo de las hojas se había granulado, de manera que sobre mis palmas abiertas cayó una mezcla de polvo de oro y escama grisácea, evocadora del barniz que cubre ciertos cuerpos entrevistos primero en los sueños y después en la decepcionante realidad de la primera función de ballet a la que somos conducidos. Era un libro de mi infancia -acaso de la de muchos niños- y relataba una serie de historias ejemplares más o menos truculentas que poseían la virtud de arrojarnos sobre las rodillas de nuestros mayores para preguntarles, una y otra vez, ¿por qué? Los hijos que son desagradecidos con sus padres, las mozas que son raptadas por caballerangos y regresan avergonzadas a la casa, así como las que de buen grado abandonan el hogar, los viejos que a cambio de una hipoteca vencida exigen la mano de la muchacha más dulce y adolorida de la familia amenazada, ¿por qué? No recuerdo las respuestas. Sólo sé que de entre las páginas manchadas cayó, revoloteando, una tarjeta blanca con la letra atroz de Amilamia: Amilamia no olbida a su amigito y me buscas aquí como te lo divujo.